Le dije que era Mastrapasqua (historias de la Argentina secreta)
I - The Zona Sur Affair
- Callate pelotudo, que nos van oír.
- Pero hay un olor a mierda que no se banca…
- ¿Te callás?
Peta se moría por un cigarrillo o un bife. Hacia horas que estaba en cuclillas y una gota le caía interminablemente en la espalda desde algún sitio. La remera empapada se pegaba a una espalda de boxeador semi pesado fuera de forma y los bermudas se tensaban en esa posición conteniendo los muslos y un culo de tamaño superior a la media. Unos cueros habían sido abandonados detrás de los tanques y el olor a curtiembre sofocaba. Peta trataba de contener el aliento y retorcía su cara donde destacaba una nariz aplastada y torcida, una verruga y un diente de oro.
- Ahí…
Minuto volvió a cuchichear y le hizo una seña con la cabeza. Era delgado y nervioso, tenía nariz de mosquito y dientes de conejo. Llevaba un overol y una gorra con logo. La penumbra dejaba ver muy poco. Una luz a más de cien metros señalaba el lugar de la oficina.
- Es ahí… el sereno ya debe estar en pedo. – afirmó con seguridad, pero la perdió enseguida al intentar seguir adelante – ¿Salimos?
Invisible, Peta no contestó.
- Che boludo, ¿estás?
- ¿Qué?
- ¿Dónde estás?
- ¡Acá! ¿Dónde voy a estar?
- ¿¡Vas a dejar de gritar!?
- ¡Sos vos el que grita!
- ¿Qué hora es?
- Y media. A esta hora ya está, loco.
- Dijimos a la una.
- Sí pero ya fue… ¡si no hay nadie! Está solo…
- Falta media hora, esperemos.
- OK, esperamos.
No pasaron cinco minutos y Peta, con la espalda que parecía meada por diez gatos dijo:
- Che… salgamos , ya fue.
- Per..
- Ya fue, loco, ¡si es lo mismo! ¿De dónde sacaste que tiene que ser a la una en punto?
- Los planes se siguen al pie de la letra, tenemos que hacer todo al pie de la letra, las cosas se hacen bien ¿entendés?
- Dejame de hinchar las pelotas, Minuto.
Salieron.
Caminaron por el terreno proyectando unas largas sombras vacilantes, y siempre hablando en susurros.
- ¿Y si se quedó alguien?
- ¿Qué?
- Digo, si alguien se quedó laburando ¿qué hacemos? ¿Lo saludamos con naturalidad?
- Bolas, ¡si nos ve alguien estamos al horno! ¿Qué decimos después? ¿Que nos quedamos haciendo qué?
- Laburando.
- ¿No te acordás que fichamos la salida? Además acá no hay nadie y no…
- ¿Che, aquel no es Mastrapasqua?
- ¿Qué? ¿Quién?
- El tano Mastrapasqua, ahí…
Enseguida, Minuto agarró a Peta de la remera y trató de arrastrarlo.
- ¡Corré! ¡Vení para acá, que no te vea!
Corrieron hacia un cono de sombras a un costado del depósito.
- Te dije que los planes se siguen al pie de la letra, salame… ¿no te dije que los planes se siguen al pie de la letra?
- ¿Y vos qué sabías si Mastrapasqua estaba acá o a qué hora se iba a rajar?
- No era Mastrapasqua.
- ¿Y eso qué tiene que ver? Y además sí era Mastrapasqua.
- …
- ¿Nos habrá visto?
- No.
- ¿No nos hizo así con la mano? Yo vi que nos hizo así con la mano…
- No, boludo.
Esperaron. Pasaron unos cinco minutos.
- ¿Qué hacemos?
- Vení, sigamos.
- ¿Y si nos vio?
- No nos vio, caminá.
- Che… ¿por qué te dicen Minuto?
- Es un sobrenombre, ¿a vos por qué te dicen Peta ?
- Ni idea, siempre me dijeron así.
- Yo tenía un tío que se llamaba Miguel como yo, y venía a casa muy seguido. Entonces como teníamos el mismo nombre a mí me decían Miguel segundo, y de segundo pasé a Minuto…
- Ah.
Iban pegados al paredón externo, dando un rodeo, hasta que llegaron a unos cincuenta metros de la escalera que subía hasta la oficina. El gerente general estaba ahi, fácilmente visible a través de los vidrios. Minuto se cercioró de tener el chumbo.
- Dale.
- Che, pará.
- ¿Que?
- …
- ¿Qué querés Peta?
- ¿Estás seguro? ¿Y si nos vieron? ¿Y si cerró con llave y no podemos entrar? No sé…
- Oíme ganso, no nos vio nadie, a esta hora no hay nadie. Seguimos con el plan: lo amenazamos con el chumbo, vaciamos la caja, lo secuestramos y nos vamos en el auto de él. Depués pedimos rescate. Secuestro express. Ponete la media en la jeta.
- …
- Dale, movete.
Se pusieron las medias sobre las caras. Eran de un tono oscuro y disminuían más la visión; en la oscuridad todo se perdía de vista a más de cinco metros.
- Che… no veo un catzo.
- En la oficina hay luz.
- Además están re tirantes, ¿no son chicas?
- Si, no tenían tu medida de marote, vamos.
Minuto palpó el chumbo a través del cuero de la cartera de mano. Comenzó a subir los escalones. Peta se había quedado atrás dudando un instante, pero después empezó a subir detrás de Minuto, trepando los escalones de dos en dos. De golpe Minuto se detuvo y se dio vuelta para apurarlo, sin darse cuenta de que Peta ya estaba sobre él. Peta le dio con la frente en el mentón y enseguida cayó hacia atrás, agarrándose desesperadamente de la baranda.
- Peta, la concha de tu madre…
Minuto lo agarró de la muñeca, pero Peta perdió pie, se soltó sin querer y dando un giro sobre la punta del pie apoyada en el escalón sus 90 kilos cayeron por el plano inclinado de la escalera con el culo hacia arriba y las piernas abiertas.
- Peta no armés kilombo, boludoooo.
- ¿Y cómo querés que me caiga, forro? – gimió Peta desparramado al pie de la escalera.
Alertado por el ruido, el gerente salió a la puerta.
- ¿Están bien?
Pálido, Minuto lo miró desde la mitad de la escalera. En un primer momento el gerente no pareció darse mucha cuenta de que dos tipos con medias en la cara en plena noche no era una situación normal. Por otra parte era bastante chicato, y a tenor de los chismes en la fábrica, también bastante opa.
- ¿Está bien? – repitió esta vez en singular.
Minuto carraspeó y contestó atropellándose.
- Si… si, no pasa nada…se cayó nomás.
Se dio cuenta de que lo que decía era una boludez total. Ambos miraron a Peta sentado al pie de la escalera como a un alienígena mogólico. Peta devolvió la mirada y sonrió como si hiciera una gracia.
- Je… me caí…
El gerente se acomodó los anteojos y volvió la mirada a Minuto que no se decidía a definir el trámite.
- ¿Ustedes son… de Mantenimiento?
- Si… no… soy de Expedición.
- Ah… y qué pasó que…
- Nada, estábamos… ehhmmm...
Sin saber cómo seguir, Minuto se decidió. Subió los escalones que faltaban, abrió la cartera, sacó el arma y la puso enfrente de los ojos del gerente mientras ensayó un tono cortante y profesional.
- Andá para adentro.
El gerente retrocedió con la cara torcida de espanto. Trastabilló y alcanzó su escritorio.
- Quieto, De Marco, ¡quieto o te quemo! ¡Peta, subí, dale! – Minuto casi gritaba.
Peta subió. Cerraron la puerta.
- No me maten… Por favor se los pido, no me maten…
Parado de espaldas a su escritorio, ahora el gerente tenía un ataque de nervios.
- Callate y sentate. Peta, las esposas.
Peta sacó unas esposas cubiertas de un peluche fucsia. Minuto lo miró extrañado y Peta encogió los hombros.
- De un sex-shop.
- Pero ¿son resistentes?
- Je… ¿querés que te cuente ? Ademas ¿dónde las iba a conseguir? ¿Se las pedía a un cana?
- Dale, apurate – Minuto se sentía mejor, las cosas empezaban a fluir y sonaba mas canchero, más convincente. El gerente se sentó en una silla giratoria de rueditas, y Minuto, ya en su papel, dio las instrucciones precisas.
- Ahora amordazalo.
Peta levantó la cabeza.
- ¿Con qué?
- ¿Cómo con qué?
- Ni idea, yo no traje nada.
- ¿Cómo nada?
- ¡Si no hablamos nunca de amordazar!
- Pero sos forro Peta, la puta que lo parió loco… ¡se cae de maduro, chabón! ¿Tengo que pensarlo todo yo?
- ¿Cuándo dijimos que yo tenía que traer mordaza?
- ¡Cortala! ¿Tenes un pañuelo?
- ¿Carilinas?
- ¡Uno de tela, gil! ¡Para amordazar!
- Creo que si, pero…
- Dale, amordazalo.
- Está usado Minu, es un asco te aviso.
- Boludo, ¿a mi qué me decís si es para éste?
- Bueno, listo.
Peta sacó un pañuelo hecho un bollo y duro de mocos, lo extendió por los extremos y se acercó al gerente, cubriendo la boca y tratando de unir los extremos en la nuca. La cara del gerente era un poema.
- Dale, apurate.
- No alcanza… es medio cabezón me parece.
- ¿Qué?
- Las puntas del pañuelo no llegan… ¿ves que no llegan?
- A ver…
- Minuto se acercó, el gerente seguía pálido y hacía soniditos con la garganta.
- No ata, ¿ves?
Minuto se volvió al gerente.
- Cinta de embalar, ¡rápido! ¿Dónde hay?
- En… en la oficina de economato… por favor… – lloró el gerente.
- Eso es del otro lado de la fábrica Minu…
- Andá, y que no te vean… ¡metele!
Peta salió.
- ¿Para… para qué me van a amordazar?
- Para que no grite.
- Yo no voy… no voy... a gritar.
- Ya sé.
- ¿E… entonces?
- …
- ¿Para qué me amordazan ?
- Callesé, De Marco – Minuto no sabía si tutearlo siempre o no.
Peta volvió un poco antes de lo previsto.
- Encontré un rollo en los cartones al lado del depósito, gracias – dijo mirando al gerente.
- No le des las gracias, ¿no ves que es un prisionero? Metele el pañuelo en la boca y ponele la cinta.
- ¿El pañuelo en la boca ? ¿Pero para qué? Es al re pedo, es un asco, está usado…
- ¡Dejá de decir que está usado! ¿no ves que lo ponés nervioso y es peor? Vos hacé lo que te digo que yo sé por qué te lo digo.
En realidad no sabía bien, pero meter un trapo hecho un bollo era la típica de las películas. Además si se echaba atrás iba a perder el ritmo, mejor seguir adelante. El gerente aguantó las arcadas heroicamente.
Después, mientras Minuto apuntaba todo el tiempo con el revólver, Peta envolvió la boca del gerente con varias vueltas de cinta de embalar. Muchas. Cuando terminó parecía como si al gerente se le hubiera caído la mandíbula inferior, la hubieran recogido del piso, repuesto en su sitio, y le hubieran dado primeros auxilios para mantenerla en su lugar.
- Boludo, le pusiste mas vueltas que a la Momia.
- Listo, ¿y ahora?
- Ahora la caja, la llave y la combinación, ¿dónde están?
- ¿Y yo qué sé? ¿Yo tengo que saber eso también?
- De Marco, la llave maestra y la combineta de la caja.
El gerente lo miró con impotencia.
- Claro… qué carajo nos va a decir si está amordazado.
Minuto parecía desconcertado, pero trató de seguir adelante con naturalidad.
- Señáleme con la cabeza, De Marco.
- ¡¡¡Mmmmmmhhhhhh!!!
- ¿Qué quiere decir?
- ¡¡Mmhh… mmmmhhhhhh!!
Minuto se sacó y puso el revolver en la frente del gerente.
- ¡¡Mirá, conmigo no te hagás el pelotudo o te boleteo acá mismo!!
- Pero Minu, ¿qué querés que diga si no puede ni escupir de costado? Además si tirás acá a esta hora se va a escuchar hasta en el microcentro.
- ¡¡Pero no hablés así delante del prisionero, pedazo de forro!! – y volviéndose al gerente le dijo: – Escuchame bien, te juro que te hago volar los sesos así se entere Crónica TV, ¿esta claro?
- No gritésssssssssss.
El gerente asintió, la cara cubierta de sudor. Minuto se resignó.
- Sacale la cinta.
- ¿No hay una tijera? Cuentemé De Marco, ¿dónde hay una tijera?
El gerente se encogió de hombros, pero luego señaló los cajones del escritorio con el mentón. Peta trató de abrirlos, pero estaban cerrados con llave.
- ¿La llave del escritorio?
- Peta, ¿ahora vos? Querés que te diga dónde están las llaves del escritorio, para poder encontrar la tijera, para sacarle la mordaza, para que te diga dónde están las llaves de la caja – dijo Minuto en tono escalonado para concluir: – ¿No ves que no pensás?
- Bueno, Einstein ¿qué onda entonces?
Ya con tono resignado, Minuto ordenó:
- Desenvolvé la cinta, y te aviso que estamos atrasadísimos.
- ¿No era que delante del prisionero no había que…?
- Dale.
Cuando ya había despegado un poco de cinta, Minuto lo interrumpió.
- ¡No, esperá! Sacale las esposas y que escriba.
- No sé si tengo las llaves… – Peta empezó a buscar en los bolsillos – creo que las dejé en el aguantadero.
- ¿Pero cómo no las trajiste?
- ¿Para qué, si no lo íbamos a liberar hasta llegar allá? ¡Mirá si las pierdo!
- No te puedo creer… ¿sabés los años que nos van a dar por culpa de tus pelotudeces ?
- ¡Uy, habló Napoleón!
- ¿Me hacés el favor…?
- ¡Tranqui! ¡Tranqui! ¡Acá está la llave !
El gerente miraba alternativamente a uno y a otro, con el pedazo de cinta colgándole de un costado como un banderín, y poniéndose especialmente nervioso cada vez que Minuto se alteraba ya que no dejaba de apuntarle con la culata del revolver apoyada sobre su escritorio.
Peta volvió a pegar la cinta y abrió las esposas. Sacó papeles de la impresora.
- ¿Una birome?
El gerente volvio a señalar los cajones con cara de perro cagado a palos.
- Pero la concha de tu puta madre… Una puta birome, buscá Peta, haceme el favor, esto es una oficina, ¿me querés decir cómo no va a haber una mierda de birome? Revisale el saco, tiene que tener una por ahí, revisale el orto, no sé, algo, o un lápiz, o si no le corto un dedo y escribe con sangre, o le corto la poronga y se la hago morfar.
- Para hacérsela morfar habrá que desamordazarlo, te aviso.
- No me boludees, Peta, que estoy nervioso.
- Acá hay un lápiz de esos mitad rojo y mitad azul, mirá vos, pensé que no había más de estos…
El gerente escribió: « Tengo que llamar a mi mujer, se pondrá nerviosa ».
Minuto le dio un puntinazo con la punta del caño en la frente, haciéndole un círculo rojo en la piel blanca.
- Te dije que no te hagás el pelotudo. Las llaves de la caja.
- ¿Me querés decir para qué lo amordazamos? es un bolonqui esto.
- Callate, Peta, no rompas.
El gerente garrapateó: « Escritorio pata derecha delantera ».
- ¿Qué, está oculta dentro de la pata?
El gerente asintió varias veces.
- OK, levantá las manos.
El gerente levantó las manos con el lápiz en la derecha. Minuto alzó la esquina del escritorio y una llave bastante larga se deslizó hacia abajo desde una pata. Se agachó mientras el gerente sudaba a mares cada vez que Minuto centraba su atención en otra cosa distinta del chumbo que le apuntaba.
- ¡¡¡Mmmmmhh!!! ¡¡mmhh!!
- ¿Qué quiere el salame este?
- Cállese De Marco… Tomá Peta, abrí.
La puerta de acero se abrió mostrando dentro otra puerta con combinación.
- Escríbase los numeros.
El gerente escribió unos números vacilantes en el papel.
- Listo, esposalo de nuevo Peta.
Peta lo esposó y leyó los números.
- ¿Esto qué es? ¿un nueve?
- ¿No sabés los números? dame… no… es un tres… ¿no?
- Noooo, es un nuev… ¿o un siete ? ¿Qué número es éste, maestro?
- Mmhhh…
- Puta digo ¿qué número es? ¿y este otro? ¿por qué no escribís bien?
- ¡¡Mmhh mh!!
- Me cago en tu vida… Sacale las esposas, Peta.
Peta retiró las esposas y el gerente escribió los números mejor, pero aún así con una letra parecida a la de un infante esquizo.
- Listo, ¿tenés alguna otra duda?
- Siete derecha… seis… dos derecha… creo que no.
- OK , esposalo de nuevo y dale entonces.
Peta tomó las esposas y dio la llave a Minuto, que la tomó mientras Peta se las colocaba nuevamente al gerente. Minuto sintió un picor urgente en la entrepierna, así que para tener la mano libre se puso la llave entre los dientes.
Enseguida oyó un leve chasquido seguido de un susurro justo sobre su cara. El ojo izquierdo vio repentinamente sin sombra. Minuto dio un grito y se cubrió la cara con la mano.
- ¡Mierda!
Al tomar la llave con los dientes había roto unos puntos de la media, que con la tensión se abrió en el acto como un tajo sobre la mitad izquierda de su cara.
La puta madre… ¡Peta, ayudame, agarrá el chumbo!
Del susto, Peta saltó una cuarta del piso. Pensó que Minuto había recibido una bala, o que le había dado un ataque. Minuto volvió la cara dándole la espalda al gerente.
- Se me rompió la media… ¿me vio?
- Te dije que estaban muy tirantes y que no compres de dos mangos porque se corren de nada. Mi novia…
- ¡¡Callate boludo!! ¿Me vio?
- No… creo que no… ¿Ud. lo vio De Marco? – el gerente sacudía la cabeza como un perro secándose – no te vio Minu, ¿ves?
- Y ahora me querés decir qué carajo hacemos…
- …
- Escuchame, hay que desmayarlo. – dijo Minuto en voz baja – No podemos llevarlo si me juna.
- ¿Cómo?
- Y... buscá algo contundente.
Peta miró a su alrededor y ubicó un cenicero redondo de mármol muy grande, cortesía de alguna empresa competidora que acaso adivinó su uso con anticipación. Sin demasiada sutileza lo tomó a la vista del gerente, se acercó y con un tono casi humilde preguntó:
- Esteeeee, perdone, ¿podría… cerrar los ojos?
El gerente estaba esposado, con un pañuelo usado apelotonado en la boca amordazada con quince vueltas de cinta engomada, frente a un tipo de 1,85 m y 90 kg con un enorme cenicero redondo que tomaba en sus manos como si se hubiera sacado el sombrero para disculparse, pero preparado para volar sobre su cráneo y pidiéndole que cierre los ojitos con cara de circunstancias. Nunca pensó que extrañaría tanto a su mujer.
Peta no sabía bien cómo hacerlo, le daba pena.
- Dale Peta, por Dios, cuanto más rápido mejor para todos.
Peta apuntó.
El gerente cerró los ojos y chilló con la garganta.
El golpe no estuvo mal, pero dio demasiado adelante. Es difícil que desmaye si da demasiado cerca de la frente, y menos con el canto. Lo que sí provocó fue un buen corte y la sangre salió enseguida, muy abundante.
- ¡Dale otra vez, Peta, pero de plano!
- De plano… OK, ahí va. Perdone De Marco, ahora lo desmayo posta. Promesa.
Peta balanceó el cenicero y dio violentamente en un costado de la cabeza pelada. Otro corte, más profundo. La cabeza del gerente parecía una cereza gigante cubierta de caramelo. El gerente, que no paraba de chillar, cayó al piso con silla y todo, y se quedó quieto ahí, ensayando hacerse el desmayado. La sangre, el dolor y el golpe lo aturdían, pero lo aturdía mucho más el terror.
- ¡Listo!
- No, ¿qué listo? Ese está más despierto que yo.
- Noooo Minu, pará, ya fue…
- Peta escuchame – Minuto lo agarró del hombro y apretó fuerte – escuchame Peta, nos la estamos jugando, ¿entendés? A esta altura o vamos al Caribe o vamos en cana, ya no tenemos vuelta atrás.
Convencido, Peta agarró el cenicero de nuevo y se arrodilló en el piso.
- Perdone, entiendamé, jefe...
Peta levantó el cenicero. El gerente chilló de terror todo lo que sus pulmones le permitieron.
El cenicero cayó sobre la nuca. Un ruido raro, como si se clavara un gran cuchillo de golpe en una sandía.
- Listo. Ahora sí – dijo Peta aliviado.
Minuto se acercó receloso, se agachó y examinó al gerente. Lentamente giró la cabeza y miró a su compañero.
- Ahora sí. Ahora sí que es un fiambre, animal.
- ¿Se me fue la mano?
- No, se la partiste solamente en dos partes.
- Uh…
- Peta, me cago. Me recontra cago Peta. Peta, la puta madre, Peta. Peta… la puta… la remil puta madre… Petaaaa… – Minuto apretaba los puños desesperado – ¿Y ahora? Boludo, no tenemos un carajo, ni rescate, ni nada… ¿qué hacemos ahora? ¿ahora qué mierda hacemos? ¿de qué nos disfrazamos?
- Bueno loco... Si le doy despacio porque le doy despacio, si le doy fuerte porque le doy fuerte. ¡Dos son pocas, tres son muchas! ¿porqué no le diste vos?
- Tenés razón, tenía que haber venido solo.
- Cuchame Minu, calma. Nos lo llevamos, nadie sabe que lo boleteamos, podemos pedir rescate igual.
- ¡Van a pedir pruebas de que está vivo, mamerto !
- No problem, mandamos una foto con el tipo sentado y un diario del día, mirá, lo sentamos que quede bien, le abrimos los ojos y sostenemos los párpados con cinta, ¿ves? Yo vi una película…
- Más boludeces no se te ocurren, ¿no?
- ¿Tenés algo mejor?
Minuto resopló.
- Sí. Limpiamos ya mismo la caja y volamos con lo que haya.
Minuto tomó el papel con la combinación y se arrodilló frente a la caja. En pocas maniobras la abrió.
Puerta abierta, Peta y Minuto contemplaron el contenido abriendo la boca.
Una gruesa pila de revistas porno, y no menos de 50 videos formando varias filas.
Alelados, las fueron sacando y revisando: todas las temáticas imaginables, predominantemente gays: tipos con marineritos, policías sado, travestis… pero ni siquiera un miserable cheque a 120 días.
- Boludo… no te puedo créer – Minuto miraba hipnotizado a unos rubios ejecutando una proeza no particularmente difícil – ¿y esto qué es…?
- Tipos cogiendo, ¿no?
- No, Peta, no. Esto es que estamos meados por los dinosaurios. Eso es.
- Y ni siquiera una de minas, por lo menos podrían...
- Levanten las manos. Quietos.
De alguna manera ya se lo esperaban. Cuatro canas en la puerta.
II - Epílogo con Glamour
- ¿A Ud. le parece, doctor?
- Y mire, Galíndez, menos de 20 años… Robo, asesinato premeditado…
- ¡Pero fue un accidente doctor!
- ¿Romperle la cabeza a un tipo esposado con un objeto contundente? ¿Y de tres golpes? ¿Estaba papando moscas con el cenicero?
- Además no robamos nada…
- La caja estaba abierta, Galíndez. Y no robaron nada porque no había nada para robar.
- ¿Cómo nos botonearon?
- ¿Ud. es boludo? Un empleado llamó a la policía porque hacía dos horas que estaban armando un kilombo de aquellos. Y eso que la cana les dio tiempo, tardaron cualquier cantidad.
- ¿Sabe quién batió?
- Mire Galindez, yo más que vengarme pensaría en cómo evitar comerme dos décadas, le cuento.
- Es curiosidad nomás.
- Uno de Administración... un tal Mastrocola, o algo así.
- ¿No se lo dije yo a ese salame? Le dije que era Mastrapasqua…
El boga encendió un cigarrillo. Hubo un silencio. De repente Peta levantó la cabeza con los ojos muy abiertos.
- ¿Sabe qué doctor?
- ¿Qué?
- Fue pasional.
- ¿Lo qué?
- El crimen, Doctor, fue pasional.
- ¿Pasional?
- De amor.
- ¿Ah si? ¿No se quiere contar una de cow boys en el juzgado?
- Doctor, es la única salida. Teníamos sexo. Minu es mi novio y también amante del Licenciado De Marco…
- …
- Estábamos teniendo sexo en la oficina. Onda sado, yo llevé esas esposas con peluche fucsia, las medias… el Licenciado De Marco puso las revistas porno y los videos…
- Ajá…
- La cosa se fue de mambo, me puse celoso, y le di nomás… y bueno: emoción violenta, locura temporal, ¡todo eso que Ud. sabe Doctor! No le pido la libertad, pero son unos años Doctor… ¿No se la zafaron a un quía que mató a dos que le afanaron un pasacasette?
Hubo otro silencio.
- Galindez, ¿sabe qué?
- ¿Qué?
El abogado pitó su cigarrillo fuerte y lo miró entrecerrando los ojos.
- Puede andar. Esta vez puede andar.
- Callate pelotudo, que nos van oír.
- Pero hay un olor a mierda que no se banca…
- ¿Te callás?
Peta se moría por un cigarrillo o un bife. Hacia horas que estaba en cuclillas y una gota le caía interminablemente en la espalda desde algún sitio. La remera empapada se pegaba a una espalda de boxeador semi pesado fuera de forma y los bermudas se tensaban en esa posición conteniendo los muslos y un culo de tamaño superior a la media. Unos cueros habían sido abandonados detrás de los tanques y el olor a curtiembre sofocaba. Peta trataba de contener el aliento y retorcía su cara donde destacaba una nariz aplastada y torcida, una verruga y un diente de oro.
- Ahí…
Minuto volvió a cuchichear y le hizo una seña con la cabeza. Era delgado y nervioso, tenía nariz de mosquito y dientes de conejo. Llevaba un overol y una gorra con logo. La penumbra dejaba ver muy poco. Una luz a más de cien metros señalaba el lugar de la oficina.
- Es ahí… el sereno ya debe estar en pedo. – afirmó con seguridad, pero la perdió enseguida al intentar seguir adelante – ¿Salimos?
Invisible, Peta no contestó.
- Che boludo, ¿estás?
- ¿Qué?
- ¿Dónde estás?
- ¡Acá! ¿Dónde voy a estar?
- ¿¡Vas a dejar de gritar!?
- ¡Sos vos el que grita!
- ¿Qué hora es?
- Y media. A esta hora ya está, loco.
- Dijimos a la una.
- Sí pero ya fue… ¡si no hay nadie! Está solo…
- Falta media hora, esperemos.
- OK, esperamos.
No pasaron cinco minutos y Peta, con la espalda que parecía meada por diez gatos dijo:
- Che… salgamos , ya fue.
- Per..
- Ya fue, loco, ¡si es lo mismo! ¿De dónde sacaste que tiene que ser a la una en punto?
- Los planes se siguen al pie de la letra, tenemos que hacer todo al pie de la letra, las cosas se hacen bien ¿entendés?
- Dejame de hinchar las pelotas, Minuto.
Salieron.
Caminaron por el terreno proyectando unas largas sombras vacilantes, y siempre hablando en susurros.
- ¿Y si se quedó alguien?
- ¿Qué?
- Digo, si alguien se quedó laburando ¿qué hacemos? ¿Lo saludamos con naturalidad?
- Bolas, ¡si nos ve alguien estamos al horno! ¿Qué decimos después? ¿Que nos quedamos haciendo qué?
- Laburando.
- ¿No te acordás que fichamos la salida? Además acá no hay nadie y no…
- ¿Che, aquel no es Mastrapasqua?
- ¿Qué? ¿Quién?
- El tano Mastrapasqua, ahí…
Enseguida, Minuto agarró a Peta de la remera y trató de arrastrarlo.
- ¡Corré! ¡Vení para acá, que no te vea!
Corrieron hacia un cono de sombras a un costado del depósito.
- Te dije que los planes se siguen al pie de la letra, salame… ¿no te dije que los planes se siguen al pie de la letra?
- ¿Y vos qué sabías si Mastrapasqua estaba acá o a qué hora se iba a rajar?
- No era Mastrapasqua.
- ¿Y eso qué tiene que ver? Y además sí era Mastrapasqua.
- …
- ¿Nos habrá visto?
- No.
- ¿No nos hizo así con la mano? Yo vi que nos hizo así con la mano…
- No, boludo.
Esperaron. Pasaron unos cinco minutos.
- ¿Qué hacemos?
- Vení, sigamos.
- ¿Y si nos vio?
- No nos vio, caminá.
- Che… ¿por qué te dicen Minuto?
- Es un sobrenombre, ¿a vos por qué te dicen Peta ?
- Ni idea, siempre me dijeron así.
- Yo tenía un tío que se llamaba Miguel como yo, y venía a casa muy seguido. Entonces como teníamos el mismo nombre a mí me decían Miguel segundo, y de segundo pasé a Minuto…
- Ah.
Iban pegados al paredón externo, dando un rodeo, hasta que llegaron a unos cincuenta metros de la escalera que subía hasta la oficina. El gerente general estaba ahi, fácilmente visible a través de los vidrios. Minuto se cercioró de tener el chumbo.
- Dale.
- Che, pará.
- ¿Que?
- …
- ¿Qué querés Peta?
- ¿Estás seguro? ¿Y si nos vieron? ¿Y si cerró con llave y no podemos entrar? No sé…
- Oíme ganso, no nos vio nadie, a esta hora no hay nadie. Seguimos con el plan: lo amenazamos con el chumbo, vaciamos la caja, lo secuestramos y nos vamos en el auto de él. Depués pedimos rescate. Secuestro express. Ponete la media en la jeta.
- …
- Dale, movete.
Se pusieron las medias sobre las caras. Eran de un tono oscuro y disminuían más la visión; en la oscuridad todo se perdía de vista a más de cinco metros.
- Che… no veo un catzo.
- En la oficina hay luz.
- Además están re tirantes, ¿no son chicas?
- Si, no tenían tu medida de marote, vamos.
Minuto palpó el chumbo a través del cuero de la cartera de mano. Comenzó a subir los escalones. Peta se había quedado atrás dudando un instante, pero después empezó a subir detrás de Minuto, trepando los escalones de dos en dos. De golpe Minuto se detuvo y se dio vuelta para apurarlo, sin darse cuenta de que Peta ya estaba sobre él. Peta le dio con la frente en el mentón y enseguida cayó hacia atrás, agarrándose desesperadamente de la baranda.
- Peta, la concha de tu madre…
Minuto lo agarró de la muñeca, pero Peta perdió pie, se soltó sin querer y dando un giro sobre la punta del pie apoyada en el escalón sus 90 kilos cayeron por el plano inclinado de la escalera con el culo hacia arriba y las piernas abiertas.
- Peta no armés kilombo, boludoooo.
- ¿Y cómo querés que me caiga, forro? – gimió Peta desparramado al pie de la escalera.
Alertado por el ruido, el gerente salió a la puerta.
- ¿Están bien?
Pálido, Minuto lo miró desde la mitad de la escalera. En un primer momento el gerente no pareció darse mucha cuenta de que dos tipos con medias en la cara en plena noche no era una situación normal. Por otra parte era bastante chicato, y a tenor de los chismes en la fábrica, también bastante opa.
- ¿Está bien? – repitió esta vez en singular.
Minuto carraspeó y contestó atropellándose.
- Si… si, no pasa nada…se cayó nomás.
Se dio cuenta de que lo que decía era una boludez total. Ambos miraron a Peta sentado al pie de la escalera como a un alienígena mogólico. Peta devolvió la mirada y sonrió como si hiciera una gracia.
- Je… me caí…
El gerente se acomodó los anteojos y volvió la mirada a Minuto que no se decidía a definir el trámite.
- ¿Ustedes son… de Mantenimiento?
- Si… no… soy de Expedición.
- Ah… y qué pasó que…
- Nada, estábamos… ehhmmm...
Sin saber cómo seguir, Minuto se decidió. Subió los escalones que faltaban, abrió la cartera, sacó el arma y la puso enfrente de los ojos del gerente mientras ensayó un tono cortante y profesional.
- Andá para adentro.
El gerente retrocedió con la cara torcida de espanto. Trastabilló y alcanzó su escritorio.
- Quieto, De Marco, ¡quieto o te quemo! ¡Peta, subí, dale! – Minuto casi gritaba.
Peta subió. Cerraron la puerta.
- No me maten… Por favor se los pido, no me maten…
Parado de espaldas a su escritorio, ahora el gerente tenía un ataque de nervios.
- Callate y sentate. Peta, las esposas.
Peta sacó unas esposas cubiertas de un peluche fucsia. Minuto lo miró extrañado y Peta encogió los hombros.
- De un sex-shop.
- Pero ¿son resistentes?
- Je… ¿querés que te cuente ? Ademas ¿dónde las iba a conseguir? ¿Se las pedía a un cana?
- Dale, apurate – Minuto se sentía mejor, las cosas empezaban a fluir y sonaba mas canchero, más convincente. El gerente se sentó en una silla giratoria de rueditas, y Minuto, ya en su papel, dio las instrucciones precisas.
- Ahora amordazalo.
Peta levantó la cabeza.
- ¿Con qué?
- ¿Cómo con qué?
- Ni idea, yo no traje nada.
- ¿Cómo nada?
- ¡Si no hablamos nunca de amordazar!
- Pero sos forro Peta, la puta que lo parió loco… ¡se cae de maduro, chabón! ¿Tengo que pensarlo todo yo?
- ¿Cuándo dijimos que yo tenía que traer mordaza?
- ¡Cortala! ¿Tenes un pañuelo?
- ¿Carilinas?
- ¡Uno de tela, gil! ¡Para amordazar!
- Creo que si, pero…
- Dale, amordazalo.
- Está usado Minu, es un asco te aviso.
- Boludo, ¿a mi qué me decís si es para éste?
- Bueno, listo.
Peta sacó un pañuelo hecho un bollo y duro de mocos, lo extendió por los extremos y se acercó al gerente, cubriendo la boca y tratando de unir los extremos en la nuca. La cara del gerente era un poema.
- Dale, apurate.
- No alcanza… es medio cabezón me parece.
- ¿Qué?
- Las puntas del pañuelo no llegan… ¿ves que no llegan?
- A ver…
- Minuto se acercó, el gerente seguía pálido y hacía soniditos con la garganta.
- No ata, ¿ves?
Minuto se volvió al gerente.
- Cinta de embalar, ¡rápido! ¿Dónde hay?
- En… en la oficina de economato… por favor… – lloró el gerente.
- Eso es del otro lado de la fábrica Minu…
- Andá, y que no te vean… ¡metele!
Peta salió.
- ¿Para… para qué me van a amordazar?
- Para que no grite.
- Yo no voy… no voy... a gritar.
- Ya sé.
- ¿E… entonces?
- …
- ¿Para qué me amordazan ?
- Callesé, De Marco – Minuto no sabía si tutearlo siempre o no.
Peta volvió un poco antes de lo previsto.
- Encontré un rollo en los cartones al lado del depósito, gracias – dijo mirando al gerente.
- No le des las gracias, ¿no ves que es un prisionero? Metele el pañuelo en la boca y ponele la cinta.
- ¿El pañuelo en la boca ? ¿Pero para qué? Es al re pedo, es un asco, está usado…
- ¡Dejá de decir que está usado! ¿no ves que lo ponés nervioso y es peor? Vos hacé lo que te digo que yo sé por qué te lo digo.
En realidad no sabía bien, pero meter un trapo hecho un bollo era la típica de las películas. Además si se echaba atrás iba a perder el ritmo, mejor seguir adelante. El gerente aguantó las arcadas heroicamente.
Después, mientras Minuto apuntaba todo el tiempo con el revólver, Peta envolvió la boca del gerente con varias vueltas de cinta de embalar. Muchas. Cuando terminó parecía como si al gerente se le hubiera caído la mandíbula inferior, la hubieran recogido del piso, repuesto en su sitio, y le hubieran dado primeros auxilios para mantenerla en su lugar.
- Boludo, le pusiste mas vueltas que a la Momia.
- Listo, ¿y ahora?
- Ahora la caja, la llave y la combinación, ¿dónde están?
- ¿Y yo qué sé? ¿Yo tengo que saber eso también?
- De Marco, la llave maestra y la combineta de la caja.
El gerente lo miró con impotencia.
- Claro… qué carajo nos va a decir si está amordazado.
Minuto parecía desconcertado, pero trató de seguir adelante con naturalidad.
- Señáleme con la cabeza, De Marco.
- ¡¡¡Mmmmmmhhhhhh!!!
- ¿Qué quiere decir?
- ¡¡Mmhh… mmmmhhhhhh!!
Minuto se sacó y puso el revolver en la frente del gerente.
- ¡¡Mirá, conmigo no te hagás el pelotudo o te boleteo acá mismo!!
- Pero Minu, ¿qué querés que diga si no puede ni escupir de costado? Además si tirás acá a esta hora se va a escuchar hasta en el microcentro.
- ¡¡Pero no hablés así delante del prisionero, pedazo de forro!! – y volviéndose al gerente le dijo: – Escuchame bien, te juro que te hago volar los sesos así se entere Crónica TV, ¿esta claro?
- No gritésssssssssss.
El gerente asintió, la cara cubierta de sudor. Minuto se resignó.
- Sacale la cinta.
- ¿No hay una tijera? Cuentemé De Marco, ¿dónde hay una tijera?
El gerente se encogió de hombros, pero luego señaló los cajones del escritorio con el mentón. Peta trató de abrirlos, pero estaban cerrados con llave.
- ¿La llave del escritorio?
- Peta, ¿ahora vos? Querés que te diga dónde están las llaves del escritorio, para poder encontrar la tijera, para sacarle la mordaza, para que te diga dónde están las llaves de la caja – dijo Minuto en tono escalonado para concluir: – ¿No ves que no pensás?
- Bueno, Einstein ¿qué onda entonces?
Ya con tono resignado, Minuto ordenó:
- Desenvolvé la cinta, y te aviso que estamos atrasadísimos.
- ¿No era que delante del prisionero no había que…?
- Dale.
Cuando ya había despegado un poco de cinta, Minuto lo interrumpió.
- ¡No, esperá! Sacale las esposas y que escriba.
- No sé si tengo las llaves… – Peta empezó a buscar en los bolsillos – creo que las dejé en el aguantadero.
- ¿Pero cómo no las trajiste?
- ¿Para qué, si no lo íbamos a liberar hasta llegar allá? ¡Mirá si las pierdo!
- No te puedo creer… ¿sabés los años que nos van a dar por culpa de tus pelotudeces ?
- ¡Uy, habló Napoleón!
- ¿Me hacés el favor…?
- ¡Tranqui! ¡Tranqui! ¡Acá está la llave !
El gerente miraba alternativamente a uno y a otro, con el pedazo de cinta colgándole de un costado como un banderín, y poniéndose especialmente nervioso cada vez que Minuto se alteraba ya que no dejaba de apuntarle con la culata del revolver apoyada sobre su escritorio.
Peta volvió a pegar la cinta y abrió las esposas. Sacó papeles de la impresora.
- ¿Una birome?
El gerente volvio a señalar los cajones con cara de perro cagado a palos.
- Pero la concha de tu puta madre… Una puta birome, buscá Peta, haceme el favor, esto es una oficina, ¿me querés decir cómo no va a haber una mierda de birome? Revisale el saco, tiene que tener una por ahí, revisale el orto, no sé, algo, o un lápiz, o si no le corto un dedo y escribe con sangre, o le corto la poronga y se la hago morfar.
- Para hacérsela morfar habrá que desamordazarlo, te aviso.
- No me boludees, Peta, que estoy nervioso.
- Acá hay un lápiz de esos mitad rojo y mitad azul, mirá vos, pensé que no había más de estos…
El gerente escribió: « Tengo que llamar a mi mujer, se pondrá nerviosa ».
Minuto le dio un puntinazo con la punta del caño en la frente, haciéndole un círculo rojo en la piel blanca.
- Te dije que no te hagás el pelotudo. Las llaves de la caja.
- ¿Me querés decir para qué lo amordazamos? es un bolonqui esto.
- Callate, Peta, no rompas.
El gerente garrapateó: « Escritorio pata derecha delantera ».
- ¿Qué, está oculta dentro de la pata?
El gerente asintió varias veces.
- OK, levantá las manos.
El gerente levantó las manos con el lápiz en la derecha. Minuto alzó la esquina del escritorio y una llave bastante larga se deslizó hacia abajo desde una pata. Se agachó mientras el gerente sudaba a mares cada vez que Minuto centraba su atención en otra cosa distinta del chumbo que le apuntaba.
- ¡¡¡Mmmmmhh!!! ¡¡mmhh!!
- ¿Qué quiere el salame este?
- Cállese De Marco… Tomá Peta, abrí.
La puerta de acero se abrió mostrando dentro otra puerta con combinación.
- Escríbase los numeros.
El gerente escribió unos números vacilantes en el papel.
- Listo, esposalo de nuevo Peta.
Peta lo esposó y leyó los números.
- ¿Esto qué es? ¿un nueve?
- ¿No sabés los números? dame… no… es un tres… ¿no?
- Noooo, es un nuev… ¿o un siete ? ¿Qué número es éste, maestro?
- Mmhhh…
- Puta digo ¿qué número es? ¿y este otro? ¿por qué no escribís bien?
- ¡¡Mmhh mh!!
- Me cago en tu vida… Sacale las esposas, Peta.
Peta retiró las esposas y el gerente escribió los números mejor, pero aún así con una letra parecida a la de un infante esquizo.
- Listo, ¿tenés alguna otra duda?
- Siete derecha… seis… dos derecha… creo que no.
- OK , esposalo de nuevo y dale entonces.
Peta tomó las esposas y dio la llave a Minuto, que la tomó mientras Peta se las colocaba nuevamente al gerente. Minuto sintió un picor urgente en la entrepierna, así que para tener la mano libre se puso la llave entre los dientes.
Enseguida oyó un leve chasquido seguido de un susurro justo sobre su cara. El ojo izquierdo vio repentinamente sin sombra. Minuto dio un grito y se cubrió la cara con la mano.
- ¡Mierda!
Al tomar la llave con los dientes había roto unos puntos de la media, que con la tensión se abrió en el acto como un tajo sobre la mitad izquierda de su cara.
La puta madre… ¡Peta, ayudame, agarrá el chumbo!
Del susto, Peta saltó una cuarta del piso. Pensó que Minuto había recibido una bala, o que le había dado un ataque. Minuto volvió la cara dándole la espalda al gerente.
- Se me rompió la media… ¿me vio?
- Te dije que estaban muy tirantes y que no compres de dos mangos porque se corren de nada. Mi novia…
- ¡¡Callate boludo!! ¿Me vio?
- No… creo que no… ¿Ud. lo vio De Marco? – el gerente sacudía la cabeza como un perro secándose – no te vio Minu, ¿ves?
- Y ahora me querés decir qué carajo hacemos…
- …
- Escuchame, hay que desmayarlo. – dijo Minuto en voz baja – No podemos llevarlo si me juna.
- ¿Cómo?
- Y... buscá algo contundente.
Peta miró a su alrededor y ubicó un cenicero redondo de mármol muy grande, cortesía de alguna empresa competidora que acaso adivinó su uso con anticipación. Sin demasiada sutileza lo tomó a la vista del gerente, se acercó y con un tono casi humilde preguntó:
- Esteeeee, perdone, ¿podría… cerrar los ojos?
El gerente estaba esposado, con un pañuelo usado apelotonado en la boca amordazada con quince vueltas de cinta engomada, frente a un tipo de 1,85 m y 90 kg con un enorme cenicero redondo que tomaba en sus manos como si se hubiera sacado el sombrero para disculparse, pero preparado para volar sobre su cráneo y pidiéndole que cierre los ojitos con cara de circunstancias. Nunca pensó que extrañaría tanto a su mujer.
Peta no sabía bien cómo hacerlo, le daba pena.
- Dale Peta, por Dios, cuanto más rápido mejor para todos.
Peta apuntó.
El gerente cerró los ojos y chilló con la garganta.
El golpe no estuvo mal, pero dio demasiado adelante. Es difícil que desmaye si da demasiado cerca de la frente, y menos con el canto. Lo que sí provocó fue un buen corte y la sangre salió enseguida, muy abundante.
- ¡Dale otra vez, Peta, pero de plano!
- De plano… OK, ahí va. Perdone De Marco, ahora lo desmayo posta. Promesa.
Peta balanceó el cenicero y dio violentamente en un costado de la cabeza pelada. Otro corte, más profundo. La cabeza del gerente parecía una cereza gigante cubierta de caramelo. El gerente, que no paraba de chillar, cayó al piso con silla y todo, y se quedó quieto ahí, ensayando hacerse el desmayado. La sangre, el dolor y el golpe lo aturdían, pero lo aturdía mucho más el terror.
- ¡Listo!
- No, ¿qué listo? Ese está más despierto que yo.
- Noooo Minu, pará, ya fue…
- Peta escuchame – Minuto lo agarró del hombro y apretó fuerte – escuchame Peta, nos la estamos jugando, ¿entendés? A esta altura o vamos al Caribe o vamos en cana, ya no tenemos vuelta atrás.
Convencido, Peta agarró el cenicero de nuevo y se arrodilló en el piso.
- Perdone, entiendamé, jefe...
Peta levantó el cenicero. El gerente chilló de terror todo lo que sus pulmones le permitieron.
El cenicero cayó sobre la nuca. Un ruido raro, como si se clavara un gran cuchillo de golpe en una sandía.
- Listo. Ahora sí – dijo Peta aliviado.
Minuto se acercó receloso, se agachó y examinó al gerente. Lentamente giró la cabeza y miró a su compañero.
- Ahora sí. Ahora sí que es un fiambre, animal.
- ¿Se me fue la mano?
- No, se la partiste solamente en dos partes.
- Uh…
- Peta, me cago. Me recontra cago Peta. Peta, la puta madre, Peta. Peta… la puta… la remil puta madre… Petaaaa… – Minuto apretaba los puños desesperado – ¿Y ahora? Boludo, no tenemos un carajo, ni rescate, ni nada… ¿qué hacemos ahora? ¿ahora qué mierda hacemos? ¿de qué nos disfrazamos?
- Bueno loco... Si le doy despacio porque le doy despacio, si le doy fuerte porque le doy fuerte. ¡Dos son pocas, tres son muchas! ¿porqué no le diste vos?
- Tenés razón, tenía que haber venido solo.
- Cuchame Minu, calma. Nos lo llevamos, nadie sabe que lo boleteamos, podemos pedir rescate igual.
- ¡Van a pedir pruebas de que está vivo, mamerto !
- No problem, mandamos una foto con el tipo sentado y un diario del día, mirá, lo sentamos que quede bien, le abrimos los ojos y sostenemos los párpados con cinta, ¿ves? Yo vi una película…
- Más boludeces no se te ocurren, ¿no?
- ¿Tenés algo mejor?
Minuto resopló.
- Sí. Limpiamos ya mismo la caja y volamos con lo que haya.
Minuto tomó el papel con la combinación y se arrodilló frente a la caja. En pocas maniobras la abrió.
Puerta abierta, Peta y Minuto contemplaron el contenido abriendo la boca.
Una gruesa pila de revistas porno, y no menos de 50 videos formando varias filas.
Alelados, las fueron sacando y revisando: todas las temáticas imaginables, predominantemente gays: tipos con marineritos, policías sado, travestis… pero ni siquiera un miserable cheque a 120 días.
- Boludo… no te puedo créer – Minuto miraba hipnotizado a unos rubios ejecutando una proeza no particularmente difícil – ¿y esto qué es…?
- Tipos cogiendo, ¿no?
- No, Peta, no. Esto es que estamos meados por los dinosaurios. Eso es.
- Y ni siquiera una de minas, por lo menos podrían...
- Levanten las manos. Quietos.
De alguna manera ya se lo esperaban. Cuatro canas en la puerta.
II - Epílogo con Glamour
- ¿A Ud. le parece, doctor?
- Y mire, Galíndez, menos de 20 años… Robo, asesinato premeditado…
- ¡Pero fue un accidente doctor!
- ¿Romperle la cabeza a un tipo esposado con un objeto contundente? ¿Y de tres golpes? ¿Estaba papando moscas con el cenicero?
- Además no robamos nada…
- La caja estaba abierta, Galíndez. Y no robaron nada porque no había nada para robar.
- ¿Cómo nos botonearon?
- ¿Ud. es boludo? Un empleado llamó a la policía porque hacía dos horas que estaban armando un kilombo de aquellos. Y eso que la cana les dio tiempo, tardaron cualquier cantidad.
- ¿Sabe quién batió?
- Mire Galindez, yo más que vengarme pensaría en cómo evitar comerme dos décadas, le cuento.
- Es curiosidad nomás.
- Uno de Administración... un tal Mastrocola, o algo así.
- ¿No se lo dije yo a ese salame? Le dije que era Mastrapasqua…
El boga encendió un cigarrillo. Hubo un silencio. De repente Peta levantó la cabeza con los ojos muy abiertos.
- ¿Sabe qué doctor?
- ¿Qué?
- Fue pasional.
- ¿Lo qué?
- El crimen, Doctor, fue pasional.
- ¿Pasional?
- De amor.
- ¿Ah si? ¿No se quiere contar una de cow boys en el juzgado?
- Doctor, es la única salida. Teníamos sexo. Minu es mi novio y también amante del Licenciado De Marco…
- …
- Estábamos teniendo sexo en la oficina. Onda sado, yo llevé esas esposas con peluche fucsia, las medias… el Licenciado De Marco puso las revistas porno y los videos…
- Ajá…
- La cosa se fue de mambo, me puse celoso, y le di nomás… y bueno: emoción violenta, locura temporal, ¡todo eso que Ud. sabe Doctor! No le pido la libertad, pero son unos años Doctor… ¿No se la zafaron a un quía que mató a dos que le afanaron un pasacasette?
Hubo otro silencio.
- Galindez, ¿sabe qué?
- ¿Qué?
El abogado pitó su cigarrillo fuerte y lo miró entrecerrando los ojos.
- Puede andar. Esta vez puede andar.
2 Comments:
excelente hostoria, es tuya?
Todas las que están acá son mías, sí. Consulté con García Marquez si quería publicarse algo, me dijo que me iba a llamar.
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