22.2.06

La imbecilidad intelectual

La cobardía exige un elevado grado de audacia. La estupidez requiere una no menor astucia. La imbecilidad intelectual: reunión perfecta de estas virtudes.

El método es fácil: simple entrenamiento. Se trata de ahogar dentro del sujeto las voces que quieren ir hasta el fondo. Se requiere audacia y astucia para eludirlas, descartarlas, reformularlas, hacerles decir otra cosa. Pero se logra.

Vivimos la época de la imbecilidad intelectual. Una cobardía elemental, esencial, íntima. Una estupidez vacuna que confía mucho más en los tonos y en lo permitido que en coherencia alguna.

Leo a ciertos llamados intelectuales y la sensación es la de una gelatina con un aroma levemente repugnante (ni siquiera francamente repugnante, ni siquiera decentemente hedionda). Una gelatina parlante cuyo discurso eyacula leves burbujitas, indignaciones de enano, productos literarios que ya nacen descompuestos, banalidades formuladas como si fueran tratados venerables. Una toga cubre la raquítica desnudez intelectual de gente que cree sinceramente ser inteligente porque le han asignado ese papel: Ud. hará de Inteligente Oficial, su salario está fijado en...

Y no tiene que ser necesariamente demasiado dinero. No. La imbecilidad intelectual se considera a sí misma un premio. La lisonja masajea el adormecido músculo mientras se mantiene una expresión de austero desinterés.

Miran desde la tapa de una revista o de un libro de drugstore a la multitud de engañados voluntarios. Y quién sabe, quizás a algunas personas que dudan, que se preguntan confundidas si verdaderamente esas son la luminarias de nuestro tiempo, si es realmente esa la única verdad, si es cierto que no podemos salir de esta miseria satisfecha.

Quizás haya que empezar a ejercitarse en la pronunciación de una hermosa palabra:

NO
.

10.2.06

No hay memoria ni olvido.

"Todo es irreal, menos la Revolución" (Lenin).

Y es cierto: todo es ridículamente irreal. Todo es absurdamente pretencioso. Todo no es más que gente corriendo detrás de sí misma. Para mirarse la espalda no hace falta más que entretenerse con el propio interior, esa caja cuya mayor sorpresa es nada.

Como todo es irreal, los medios de multiplicar la realidad multiplican la nada. Internet es un buen ejemplo: los ojos que leen este texto no están puestos en ningún lado. El cerebro que recibe esta información no está verdaderamente interesado en nada. El obsesivo interés en sí mismo es una forma de no estar interesado ni siquiera en las propias uñas, ni en el odio que - sorpresivamente - Enrique Banchs nos presenta en su poema de tigre.


Cuando algo está permanentemente en la memoria se transforma en olvido. No vemos lo que está a nuestro alcance, perdidos y desesperados por ver más allá.

Este texto es nada. Olvidarlo, como se olvida tan fácilmente esa eterna memoria de uno mismo.


Busco otros ojos.