20.10.05

Crónicas de Ciudad Crónica - II

I - Terencio (Middle Class Hero)

Amigos, estamos nuevamente en Ciudad Crónica, capital de la República Sargentina. Observemos el paisaje, parece sólo una gran ciudad más, algo gris, ruidosa. Las chicas bellísimas son tesoros prohibidos, los muchachos están locos. La ciudad es tal como la describió el escritor costumbrista sargentino, Francisco Cafca en su célebre novela El Proceso de Descomposición Nacional.

Pero… acerquémonos a ese hombre que espera el colectivo para ir a su casa. Ese hombre está preocupado, angustiado. Pero hace planes, la rema como buen sargentino. Sigámoslo.

Terencio Gomma entra a su depto, un típico depto decente y arregladito en el clasemediero barrio de Beautiful Grain. El barrio está cada día más devaluado, pero eso no importa, porque en Sargentina todo se devalúa todo el tiempo. Terencio Gomma y su mujer Celia Hill de Gomma se casaron hace unos años en la Iglesia de la Divina Pandorga. Tienen un pendejo. Son felices a pesar de los momentos jodidos.

- Hola mi amor, cuchicuchi. Te preparé la cena. Hay patys, hamburguesa o carne picada. ¿Qué querés bubunini? ¿Cómo está mi cuchucuchu?

Durante la comida ven TV. El Ministro de Finanzas y Tómbola de Sargentina, Mr. Sunday Horse lo dice claro: « Este es un país de Primer Nivel, señores. No queremos empresitas chicas de cuarta, ni banquitos de morondanga, queremos empresas de nombres lindos como Hypermarket Suckmyass, o General Investments Jerkoff. ¡Acá se acabó el almacén de Don Tito, señores!».

Zapping.

Aparece el conocido comunicador social Bernardino Guebels:

- Estamos mal, pero vamos bien. Ahora lo que hace falta es sacarnos de encima a los negros de mier…

Zapping.

Aparece Mariano Granadina, atildado analista político multiuso, que es tan inteligente que hasta usa anteojos:

- Porque el país, señora, es como un árbol, y si el árbol se cae, entonces…

Zapping.

Una ex vedette que se postula para emperatriz de una provincia se confiesa en un reality show:

- Y si ¿vistes?, voy a cojer con un mandril ante cámaras. Y lo hago porque yo soy una diosa total y al que no le guste que me la chupe bien chup…

Zapping.

Un conocido investigador de OVNIS y fenómenos paranormales se interna en una villa miseria de Lanús.

- …y según los testimonios, aquí, en esta casa, viviría el Niño Hiena...

Zapping.

Zapping.

A los postres, Terencio y su mujer conversan.

- A mí me parece que el país va bien, por lo menos tango el laburo.
- Y claro cuchicú. Fijate que nosotros tenemos todo esto, somos clase media, tenemos el autito. No somos negros de mierda. Vos sos importante cuchicú. Sos contador. Además sos mi cuchicú.
- Claaaro, exacto. Acá la cosa es con los grones, esos la van a tener que pelear mal. Nosotros estamos a salvo, querida, nosotros pertenecemos. Cómo vas a comparar a uno de esos negrochos a una persona con estudios, con buen trato, con corbata… Las diferencias siempre van a existir, pobres hubo siempre, pero con nosotros no se van a meter.
- Además tenemos la video, no te olvides cuchicuchu, y tampoco te olvides de que sos mi nunununo puchununu!
- Acá no queda otra salida: hay que laburar. Con huelgas y protestas no vamos a ninguna parte. Hay que LA-BU-RAR.
- También tenemos la multiprocesadora. Qué inteligente que sos, cuchititititu, mi pununo nununú!!
- Mano dura. Ramal que para, ramal que cierra, privatización, meta palo. Y si protestan, con un caño, ¡ahí firme! Así vamos a salir adelante.
- ¡Además tenemos nuestro departamentito, amor! Terminamos de pagar la hipoteca y tenemos nuestro nidito que es nuestro y nadie nos lo puede quitar! Es mi nidito de amor para mí y mi cuchininu que…
- Bueno, mirá de eso te quería hablar…
- Si, mi cuchicuhininu lindu. Decime, bubi, punuchichititu…

Terencio suspira.

- Mira Celia, estuve haciendo cuentas y no hay caso. No llegamos. Este depto. tiene muchos gastos, mi vida, además la administración son unos ladrones, pagamos casi dos gambas de expensas… Y en la empresa ya empezaron con los recortes salariales, así que tendríamos que vender este depto. La verdad es que lo compramos un poco por encima de lo que podemos…
- No te digo que sos un pelotudo de mierda. Siempre lo dije. Me casé con un pelotudo de mierda. Siempre lo supe. Pero siempre ¿eh?
- Escuchame, yo hago lo que puedo, los números son así, además la cosa va a mejo…
- ¿Y a dónde pensas llevarme, si se puede saber?
- Bueno, vi uno en Avenida Mamancio Lacorta al 1000…
- ¿En esa grasada de barrio? ¡Nunca! ¿Mescuchastes? ¡¡Nunca!! ¡De acá no me sacás! ¡Me divorcio y me pagás este depto porque si no te persigo con el abogado hasta que no te quede ni un centavo! ¿Mentendistes bien? ¡Ni-un-cen-ta-vo!

Como imaginan amigos, convencer a su mujer es la parte más difícil para Terencio. Pero… un viejo líder político, el Coronel Juan Domingo Cangallo lo dijo claramente: « La única verdad son los bifes », así que habrá que vender el depto y mudarse. Es eso o mierda.

El deptito de Mamancio Lacorta no está mal: 44 metros cuadrados, pero bien distribuidos. Balconcito francés. Un poco de humedad en una esquina del techo, pero nada grave. El problema son las cucarachas. El barrio es tranquilo, enfrente un lindo boliche de cumbia anima la cuadra por las noches; sólo es cuestión de tener cuidado al volver tarde y no olvidarse el chumbo.

El de la inmobiliaria le explica que la dueña era una buena mujer que un día empezó a tener síntomas de una ligera confusión de ideas (puso media hoja de afeitar en el puré del sobrino, imitaba a Zully Moreno en pelotas en el palier, decía que era la reencarnación de Carlitos Scaziotta, etc.), los parientes buscan un lugar donde meterla, así que el depto estará desocupado en un par de meses.
Mientras tanto, para la venta del suyo Terencio encuentra un comprador que está muy apurado:

- Me lo vende y lo desocupa ya por esta guita. Eso o nada.

Terencio acepta.

- ¿Y entretanto a dónde vamos a ir, abombado mental? ¿A un caño?
- ¡A lo de mi vieja vamos a ir! ¡Es un mes y pico nomás!
- ¡No hay lugar ahí! ¡Además queda en el culo del mundo! ¡No vas a poder ir a trabajar! ¡A tu vieja no me la banco! ¡Sos un forro! ¡Me duele la cabeza! ¡Estoy harta! ¡No me banco! ¡No te banco! ¡Morite! ¡Muéranse todos!

En la semana Terencio va a una pensión cerca de su laburo. No es fácil. Los findes va a la casa de su madre, donde su mujer lo recibe con el esgunfie habitual desde que empezó toda la historieta. Instalada en el living, que está hecho un kilombo, se lleva con su madre como Tom se lleva con Jerry.

Todos los días la misma pregunta:

- ¿Cuándo mierda nos vamos de acá?

Terencio es un sargentino típico, sagaz, rápido. La supervivencia en Ciudad Crónica le ha enseñado a no perder oportunidades. Quizás por eso los habitantes de Ciudad Crónica se creen vivos por naturaleza, como un ratón se cree vivo porque ha atrapado el queso en una prueba de laboratorio. Terencio recibe la guita de la venta y ni bien la recibe compra billetes verdes del Gran Pais del Norte y los deposita en un placito fijo que abre en el banco: El Bank Of The Great Northern Country You Fucking Worm. A las ridículas tasas de interés de Sargentina, en dos meses la guita le dará un lindo interesito y hasta podrá hacerle un regalito sorpresa a…

- ¡Te pregunté que cuando mierda nos vamos a ir de acá! ¿Mestasescuchando?

Falta una semana.

En el trabajo, Terencio está casi feliz. Unos días nomás y se desocupa el depto. Por fin podrán salir adelante, la compraventa le va a dejar una diferencia, y quién te dice, con las extras podrá quizás hasta ahorrar un poco… y si la rema y zafa en la próxima reducción de personal, entonces se jubila Domínguez y quién te dice, hasta lo ascienden y por fin puede cambiar el auto… porque Terencio es un tipo que sueña en grande: cambiar el auto, un viajecito a Miami, a sentirse parte del Gran Mundo... ¡y hasta por ahí se cruza con Angelina Jolie! ¡Je! Mirá si se cruza con Angelina Jolie…¿qué me contursi? Así, de casualidad ¿no? ¿por qué no puede pasar, eh? ¿Por qué no? Y si le tira una frasecita… porque los argentinos para eso somos namberuán, jeje… ¡mandados a hacer somos! ¿Jauariú? ¿eh? ¿Jeje… qué tul? y por ahí mirá si la mina se da vuelta y le dice…


- Che, ¿te enteraste?
- ¿Eh?
- Se pudrió todo parece…
- ¿De qué?
- Los bancos…
- ¿Los bancos qué?
- No sé… parece que hay kilombo con los bancos…

En Sargentina hay una expresión muy popular que se denomina « Cara de Gil Afanado ». Es una mezcla de terror y toma de conciencia de ser precisamente, un Gil Afanado. Se puede poner en varias circunstancias: cuando en el subte nos damos cuenta de que no tenemos la guita en el bolsillo, cuando de pronto todo se viene abajo, las certezas, los sueños, todo a la mierda. Gil Afanado. Esa es la cara que pone Terencio precisamente ahora, obsérvenlo bien. Close up, por favor.

- Pep… peroooo… cuchame… qué pasa ???
- No sé, no sé… los bancos parece que…

Enseguida la multitud de rumores sargentinos… la fantástica invención sargentina hace que el rumor no tenga límites entre la esperanza y la catástrofe:

- Dicen que por 90 días…
- …que el ministro de economía garantizó…
- ¿No se puede retirar más de 200 pesos?
- Son 500 dijeron… 500 pesos oí yo en la radio...
- No sé, dicen…
- …no están devolviendo los depósitos…
- ¿Y los verdes?
- El gobierno del Gran País del Norte va a financiar una recuperación, van a ver…
- …van a mandar una task force de marines que va a desembarcar en el microcentro para mantener el orden…
- ¡Esto es temporario, señores!
- …pero no pueden hacer esto…
- Ya van a ver, todo se va a arreglar…
- Lo importante es tener la cabeza fría.
- Chau.
- Cagamos la fruta.
- Me quiero morir.

Su mujer no sabe que puso la guita en un banco. Terencio sale disparado, corre, se lleva por delante un dispenser. Baja a la calle y ve la escena tan temida: el apretujado grupo de ahorristas frente a la puerta de los bancos.

Ese utilísimo y vasto sector de la población sargentina comúnmente conocido como La Gilada es estudiado por los científicos de todo el mundo debido a su comportamiento al mismo tiempo insólito y previsible. Siempre últimos, tarde y mal. Los que están en la pomada ya sacaron todo lo que tenían que sacar y lo ven por TV desde Aruba, muertos de risa.

Enseguida, la horda de analistas, en la TV y en cada esquina. Cada sargentino es político, economista, director técnico y dictador vitalicio. La colección de reflexiones es valiosísima por su lucidez y sentido de la realidad:

- Hay que tener fe en el país, señores.
- Si los argentinos tiráramos todos para adelante…
- ¡Claro! Ese es nuestro problema Mariano, que no tiramos todos juntos para el mismo lado…
- …es el último esfuerzo…
- …así se hicieron grandes los países como Japón…
- ¡Y claro! ¡Allá hacen huelga trabajando más!
- ¿Por qué no hacemos lo mismo digo yo?
- Y… es que somos un país latino…
- …porque acá no se respeta la ley, señor…
- Mirá, en realidad es mejor, así todo el mundo va a usar tarjeta de débito.
- Se moderniza el país…
- No son los bancos, ¡los bancos no tienen nada que ver! Es el gobierno que no los deja… ¡si ellos quieren devolver todo!
- En realidad no es una confiscación sino una retención forzada, ecir: es una cuasi retención compulsiva de capitales particulares que…
- Es entendible, porque hay que preservar el sistema financiero, ¿tendés?
- En realidad es más psicológico que otra cosa...
- ¿Y si me quiero comprar un auto?
- ¿Y si quiero viajar a Brasil?
- ¿Y si me pego un tiro en el orto?

No hay mucha diferencia entre lo que se dice en la TV y lo que se dice en la calle. Todos hablan, nadie entiende ni aclara un pomo.

Terencio suda a mares. Le tiembla el labio inferior, tiene la mirada perdida. La única frase en su cerebro es « No puede ser ». Y la repite mentalmente: « No puede ser » « No puede ser » « No puede ser ». Pregunta a una persona, a dos, a tres. Nadie caza una, y los pocos que le hablan con seguridad peor, le mandan cualquier delirio:

- Posta, mañana cambian el gabinete y asume Martín Karadagián. Van a hacer un rescate de los depósitos y los van a pasar a bonos en rupias mauritanas, y después de tres meses van a empezar a retirar los que tengan auto con matrícula impar y DNI expedido en provincia con…

Se siente perdido, se imagina yendo a ver personalmente al Presidente diciéndole:

- Oiga, Ud. no entiende, tienen que hacer una excepción conmigo… ¡No me pueden hacer esto! Mi mujer…

Trata de averiguar si su caso está contemplado. Trata de tranquilizarse leyéndose todo el Código Penal, el Civil, el Comercial, las leyes, los decretos y hasta el Código de Conviviencia. Trata de convencer a los demás para convencerse él mismo:

- ¡Pero no puede ser! ¡¡Hay una ley que dice que los depósitos son intangibles firmada por el Congreso de la Nación el Día del Payaso!! Es contra derecho, no pueden no devolverlos, hay un antecedente de que…

Y su interlocutor lo mira con cara de: « Estás en Sargentina, macho… bajá ».

Decírselo a la jermu. Ahí te quiero ver.

Ahí va el heroico Terencio, sargentino curtido. Va a la casa de la vieja. Su esposa, además de su característica ciclotimia, ya se encuentra más calmada porque está convencida de que el lunes se mudan, la pobre santa.

- Bueno, este es el último finde al menos.
- Ssssí, si…
- Mejor, porque la verdad no me banco más, así no se puede vivir.

Terencio prende la tele. El Ministro va a hablar. Todo el país está pegado al aparato. Terencio y todos esperan ansiosos una señal tranquilizadora. Casi tiene ganas de creerle al Ministro cuando dice que esto es para mejor, que hay fe, que seremos un país moderno lleno de tarjetitas electrónicas. Pero de devolver la guita, nones. Ni media palabra de cuándo, ni cómo.

Luego pasan una propaganda. Dan una nueva película. La heroína corre, salta, acaba con los malos, es dura, seductora, piola, está re fuerte y los mira de frente a la cámara, desde algún planeta. Se trata de Angelina Jolie.

Terencio tiene la garganta de cartón. Traga nada. La mira a su mujer:

- Eeehh… mi amor…
- ¡Ay, yo pensé lo mismo! ¿Vamos al cine mañana?

II - ¿Epílogo?

En realidad, amigos, esto no es el epílogo sino el comienzo. Aquí comienza el verdadero baile.

Pero mejor vamos a detenernos acá. Dejemos a Terencio que se las arregle como pueda, que es lo mismo que hicimos y hacemos todos, ¿no?

Además, esta historieta ya la conocemos.

18.10.05

Crónicas de Ciudad Crónica - I

I - El Jefe Carter

Graham Voligoma fue destituido de su puesto.

El Jefe Carter, gerente de redacción del prestigioso matutino Daily Papas llamó a su secretaria por el conmutador.

- Adolfa, comuníqueme con Recursos Humanos.
- Al instante, sire.

Al rato una voz metálica preguntó.

- ¿Si Jefe Carter?
- Oiganme bien, porque no lo repetiré: he despedido a nuestro reportero estrella, necesito otro para reemplazarlo. Necesito que sea joven, dinámico, incansable, joven. Un verdadero sabueso. Dinámico, incansable. Cinco candidatos para el miércoles que viene, quiero entrevistarlos personalmente. ¿Entendido?
- Entendido Jefe Carter.

Centenares de candidatos fueron convocados a la preselección. Decenas de agencias de empleo en Ciudad Crónica activaron la febril máquina de research & check para dar con el perfil preciso.

Ciudad Crónica, perfecta máquina de picar carne. Chicas guerreras. Violencia. Chicles en los asientos de los colectivos. Travestis con glamour y putas cuchilleras. El puesto era no apto para mariquitas delicadas, ni para metrosexuales peinaditos. El candidato debía ser audaz, inescrupuloso. Capaz de meter las manos en el barro para conseguir la primicia.

El Jefe Carter lo decía:

- Si ves caer a tu madre del balcón y vienes inmediatamente a la redacción con la primicia... ¡entonces no me sirves para nada, idiota! ¡Debes sacar fotos antes!

II - Búsqueda frenética

El bestial proceso de preselección. En Ciudad Crónica nadie quiere quedarse afuera. Quedarse afuera es no existir, ser un looser, violentamente arrojado a los bordes podridos de la sociedad. Hubo cuatro muertos: un acuchillado por un rival en la entrada del periódico, uno que se mató en la avenida principal por no llegar tarde, uno muerto de un ataque al corazón angustiado por la implacable entrevista, y uno que se suicidó al ser rechazado.

Por fin cinco preciados nombres fueron arrojados entre los miles:

Melquíades Bullshot
Samaritano Martinez
Benedicto Rozemblum
Pablo Corrales Smith
Richard de las Mercedes del Cioppo

La suerte estaba echada.

III - La recta final

Primera entrevista: Melquíades Bullshot, un joven regordete con aspecto mantecoso de cerdito rubio. Sus mejillas rozagantes flanqueaban una sonrisa de enfermo. El Jefe Carter comenzó su interrogatorio:

- ¿Es Ud. necrófilo?
- Sí.
- ¿Desde cuándo?
- Desde que tengo uso de razón - sonrisa enferma - creo que siempre me atrajeron las personas cuando ya están más bien tranquilitas y quietas - su sonrisa se hizo más tierna - debuté a los 13 años.
- No me cuente lo que no le pregunto. Su currículum dice que Ud. entrevistó al actor Antonio Ferruccio en el momento de saltar desde la torre del Hotel Emiralia, totalmente pasado de coca, ¿es verdad?
- Si.
- ¿Es cierto que vendió las fotos del actor saltando al vacío en zolcilloncas a Revista Garcas, que se la tenía jurada a Ferruccio?
- Es.
- ¿Dónde está su madre en este momento?
- Probablemente en casa, repleta de ansiolíticos.
- Váyase, ya lo llamaremos.

Segunda entrevista. Samaritano Martinez era un enano con una cabeza parecida a una masa para hacer pan. También sonreía, una sonrisa amplia de retrasado; pero su CV era impresionante. El Jefe Carter, implacable con su toscano al costado de la boca, empezó cortante.

- Admita que Ud. come mierda.
- Por supuesto.
- ¿Su mayor logro profesional?
- Fui reportero estrella del Chronical Disease.
- Veo que Ud. consiguió la nota exclusiva con la travesti Antonina Diaz Coghorn , el dia de su operación para el cambio de sexo. La operación paso a paso. Las fotos son impresionantes, pero no entiendo quién es la vieja bruja que aparece en una de ellas.
- Mi papá. Fanático de la Coghorn.
- Váyase, lo llamaremos.

Tercera entrevista: Benedicto Rozenblum era un joven muy delgado con aire inseguro. Se sentó con las piernas y las manos muy juntas.

- Creo que ya nos conocemos. Ud en su otra vida fue una cucaracha, y en esta lo han bajado de nivel.
- Perdón.... yo...
- No me diga nada, Ud. no es periodista.
- ¿Cómo lo adivinó?
- Yo soy Dios.
- Ehhm...
- Quiero que me traiga a su madre en dos horas aquí, en pelotas.
- Ehhh... si, claro.
- No me sirve, muchacho, no me sirve. Dudó dos segundos. No importa que no sea periodista, pero tiene que ser rápido, ¿me entiende? rápido, implacable, seguro, decidido. Trabaje en algún circo. Ya lo llamaré si decido montar uno. Adiós.

Cuarta entrevista: Pablo Corrales Smith, el siguiente candidato, era un muchacho de mirada ansiosa y entusiasmada. Se notaban sus muchas ganas de trabajar.

- Siéntese y no hable.

El candidato lo hizo.

- Su madre es prostituta ¿no es así?
- ¿Perdón?
- No le dije que hable aún. Cállese cuando me conteste.
- Eh… yo...
- Ud. no existe, ¿comprende? ¿Alguna vez se pregunto qué es Ud? ¿A quién le importa Ud? Ud. es un insecto. Un imbécil. Nadie. Su familia para Ud. es importante ¿no es así? Bien, su familia es un frasco lleno de cagaditas de mosca. Podrían matarlos a todos y no pasaría nada importante. ¿Tiene hermanos?
- Bueno, yo…
- Seguro que son artistas, o una mierda maricona por el estilo. Putos. Basura. Parásitos. ¿Sabe qué opino? Opino que Ud., sí: Ud. está de más en el mundo. Escoria de mierda. Arrastrado. Viene aquí ¿a qué? A mendigar un puestito. A lamerme el culo lo mejor posible. Ojalá esté pasando malos momentos, se lo deseo de corazón, ojalá su abuelita esté por reventar y necesite dinero desesperadamente. Casi me veo tentado de darle el trabajo para convertir su vidita en un infierno, volverlo loco de angustia y torturarlo hasta el fin de sus días, forro de mierda.
- Perdone pero yo…
- No lo perdono. No merece perdón, bufarrón barato. Es maravilloso vivir en un país de mierda como éste y tener un poco de poder, es fantástico. Puedo jugar con las vidas de mucha gente, soy Dios, ¿me entiende? Dios ¿No lo sabe, no es así? Ud. jamás tuvo poder sobre nadie. Sueña con ese día ¿no es así? Con trabajar duro y llegar, ¿no es así? Siga soñando imbécil. Aprenda. Puedo ordenarle que le haga una fellatio a mi perro enfermo. Y lo hará. Sé que lo hará, prostituta. La ambición y el miedo a la miseria son muy poderosos, ¿entiende, piojo maloliente ?

El candidato se quedó mirando perplejo, parpadeando, pálido y confuso. El Jefe Carter aulló:

- ¡¡Váyase a la mierda, retardado, hijo de puta!! ¡No me haga perder más mi tiempo! ¡Fuera de mi vista antes de que llame a Seguridad!. – y sin esperar tocó el botón del conmutador – ¡Seguridad, rápido! Aquí hay un individuo peligroso que se niega a irse. ¡Vengan de inmediato, quiere atacarme!

Vacilante, el muchacho se levantó, pero ya era tarde. Dos gorutas con cascos y bastones lo atraparon y comenzaron a darle rápidos golpes en la boca del estómago y las costillas. El muchacho pedía socorro. El Jefe Carter, sonriendo excitado pidió aún:

- ¡Golpéenlo más! ¡Con el aerosol en la jeta! ¡Es muy peligroso!

Cada vez que había selección de candidatos era igual. El Jefe Carter siempre pedía uno de más, y de entre ellos, según la cara, el momento o lo que sea, uno recibía este tratamiento. El Jefe Carter hacía esto desde hacia varios años por sugerencia del médico, y le hacía verdaderamente bien. Muchas supuestas búsquedas no eran en realidad más que necesidad del Jefe Carter de divertirse un rato mediante una sana descarga de tensiones.

El goruta le lleno la cara de spray de autodefensa. El muchacho boqueó desesperado, los ojos le quemaban, no podía respirar. Cuando el Jefe Carter asintió por fin satisfecho lo arrojaron a la calle brutalmente.

No hay que creer que estas diversiones eran totalmente impunes. En cierta ocasión un candidato perdió un ojo por un golpe mal dado. La familia inició acciones judiciales contra el diario y obtuvo una severa condena que significó al periódico una multa de 4 dólares. El periódico progresista Docena de Huevos lo calificó como « Un resonante triunfo de la justicia y el civismo".

Más calmo, el Jefe Carter puso de nuevo cara seria y esperó al siguiente candidato.

Richard de las Mercedes del Cioppo era un joven atildado, de rostro encantador, traje impecable y peinado con un jopo engominado muy años ’50. Llegó con una bolsa de compras en la mano y tomó la palabra primero.

- Lo siento, he llegado 12 segundos retrasado porque he tenido que ayudar a mi abuelita con el discurso que pronunciará en la Sociedat de Damas de Caridat Saint Louis Vuitton. Están preparando una gran colecta para dotar a la guardería de la policía de mamaderas, pañales, picanas y libros de texto para enseñar a los niños a quemarlos… el Señor es mi pastor, y yo soy sólo una pequeña cabra.
- Ahórreme eso, Ud. sin duda es un homosexual.
- Jamás, eso es pecado.
- ¿De qué agencia de empleo viene?
- Slaves&Bulldozers.
- Conozco al dueño. De joven quería ser literato, se dedicaba a esas mariconadas de escribir hasta que descubrió su verdadera vocación: traficar con carne humana de segunda, como Ud.
- Acepto su cumplido.
- ¿Asesina niños y se los come?
- Todos somos hijos de Dios.
- Insisto, tiene Ud. cara de bufanda.
- De ninguna manera. El pecado no entrará en la casa de San Justo.
- Se hace romper el culo bajo los puentes.
- ¿Acaso Dios no le dijo a Abraham : "Vete, oh pelotudo"? Epístola a los Tarúpidos, Versículo III , mano derecha al fondo.
- Bien, me convenció. Ahora sorpréndame de una vez. Tiene un minuto.
- Soy un humilde trabajador, vengo a ofrecer mi corazón.


Dicho esto rebuscó en su bolsa y sacó un precario paquete de papel de diario (diario de la competencia, por supuesto). Lo depositó sobre la mesa y lo abrió. El Jefe Carter se inclinó

- ¿Qué es esta porquería?
- Un hígado humano – dijo Richard de las Mercedes muy serio y preciso.
- ¿Trabaja en un hospital ?
- No, es de una estudiante universitaria. Muy fresco, sólo tiene unas horas desde que fue sacado de su sitio.
- …
- Bensonanjeches
- ¿Qué dice?
- Bensonanjeches, ¿no le dice nada ese nombre?
- ¿Se refiere al asesino serial ?
- Exacto. Bensonanjeches. El asesino serial más misterioso que hubo jamás en Ciudad Crónica. Mata porque sí, y a cualquiera: ancianas de 80 años, contadores aburridísimos, amas de casa, colectiveros, millonarios, cantantes de cumbia, prostitutas, escolares. No tiene patrón, a algunas personas las somete a torturas espantosas y a otras simplemente les encaja un tiro o un garrotazo. Es tan versátil que la policía no está segura de atribuirle varios crímenes sin resolver. Está lejos de ser un loco o un psicópata, mata por el simple placer de matar, para él es como la alegría de vivir. Un hobby inocente. No quiere vengarse de nadie y se llevaba perfecto con su madre y su padre, a quienes ama. Es verdaderamente feliz porque el Señor está con él y lo protege de todo mal.
- ¿Y Ud. cómo sabe todo eso ?
- Porque es amigo mío.

El Jefe Carter lo miró con desconfianza. Richard de las Mercedes sonrió con su sonrisa franca y agradable.

- Oh, no, no. Yo no soy él. No, por favor, no estoy a su altura, ¿sabe? Un respetado crítico de arte ha afirmado que lo que Bensonanjeches hace son realmente obras de arte; un arte verdadero, visceral en el sentido literal de la palabra, profundo. Algo que por fin nos hace sentir de verdad. Bensonanjeches es el artista que esta sociedad necesita: sincero, valiente, que nos sacuda, nos dé escalofríos y nos saque de este aburrimiento mortal.
- No entiendo nada de arte ni me interesa. Noticias, yo quiero noticias. Realidad al instante, tiempo real. El público quiere estar en vivo y en directo con la noticia en su mesa, el cadáver con su desayuno. Quiero noticias YA.
- Y las tendrá Mr. Carter.

Su celular sonó.

- ¡Hola! ¿Qué tal? Si… justamente… claaaaaro… si, si… por supuesto… bien
…perfecto, esperá un segundito ¿eh? – ¿Quisiera atender a un amigo mío Mr. Carter ?
- No me diga que…
- En efecto, es él. Si tiene la bondad...

Richard pasó el celular al Jefe Carter. El Jefe Carter escuchó un alarido y un ruido como de hamburguesas a la plancha. Luego otro alarido espantoso.

- Es él, está trabajando duro esta semana. Se trata de su última obra, por lo que me ha contado será algo bonito. Dentro de dos horas estaré en condiciones de decirle el sitio exacto de ambos cadáveres: éste y el de la chica.

El Jefe Carter lo miró sorprendido, luego reaccionó y preguntó:

- ¿Es… siempre así? ¿Puede Ud. anticipar cada caso ?
- Exacto, con la ayuda del Señor.
- ¿Siempre ?
- Bensonanjeches es mi amigo. Un amigo de los que ya no quedan, de fierro como quien dice. Un hombre de misa diaria. Siempre me dará la data precisa.

El Jefe Carter lo miró fijamente, demostrando ya estar francamente impresionado.

- Esperaré esas dos horas.

IV - No se preocupe, muchacho

El Daily Papas pudo saborear el placer de que uno de sus reporteros llamara a la policía.

Dos cuerpos. El de la muchacha, bajo un puente en la zona Sur de los suburbios, sin el hígado y con un vulgar tiro en la cabeza.

El segundo fue un trabajo excelente. Resultó ser Tufic Memet García, comerciante. Fue encontrado en el fondo de su almacén, sentado en un sillón rojo con la cabeza cortada en las rodillas y un cigarrillo en la boca. En el lugar de la cabeza, encajado en la columna vertebral, un rollo de papel higiénico con unos ojos y boca dibujados en una graciosa carita. Los dedos de las manos estaban cortados y dispuestos por toda la habitación de forma muy graciosa: uno en el cenicero a modo de cigarrillo, otro dentro de un pocillo de café, otros dos en el enchufe… pero en la escena del crimen sólo se encontraron nueve dedos, revelándose el pequeño misterio en la autopsia: el décimo estaba metido en el culo.

- Bensonanjeches ama hacer estas bromas. Es su estilo, y también su forma de decirnos que aún en los momentos más difíciles y trágicos, no debemos olvidar la sonrisa. – Richard sacó un pañuelo y se pasó la punta por los ojos – perdone si me emociono a veces…
- No se preocupe, muchacho.

El Jefe Carter se comunicó con su secretaria

- Adolfa, tómeme las llamadas, voy a mostrarle a este muchacho su escritorio y a presentarlo en sociedad.

V- Epílogo

Graham Voligoma, ex reportero estrella del Daily Papas, consiguió un buen laburito como RRPP de la Secta Moon.

Mientras tanto, en la Gran Ciudad Crónica, una nueva hora comienza...

Le dije que era Mastrapasqua (historias de la Argentina secreta)

I - The Zona Sur Affair

- Callate pelotudo, que nos van oír.
- Pero hay un olor a mierda que no se banca…
- ¿Te callás?


Peta se moría por un cigarrillo o un bife. Hacia horas que estaba en cuclillas y una gota le caía interminablemente en la espalda desde algún sitio. La remera empapada se pegaba a una espalda de boxeador semi pesado fuera de forma y los bermudas se tensaban en esa posición conteniendo los muslos y un culo de tamaño superior a la media. Unos cueros habían sido abandonados detrás de los tanques y el olor a curtiembre sofocaba. Peta trataba de contener el aliento y retorcía su cara donde destacaba una nariz aplastada y torcida, una verruga y un diente de oro.

- Ahí…


Minuto volvió a cuchichear y le hizo una seña con la cabeza. Era delgado y nervioso, tenía nariz de mosquito y dientes de conejo. Llevaba un overol y una gorra con logo. La penumbra dejaba ver muy poco. Una luz a más de cien metros señalaba el lugar de la oficina.

- Es ahí… el sereno ya debe estar en pedo. – afirmó con seguridad, pero la perdió enseguida al intentar seguir adelante – ¿Salimos?

Invisible, Peta no contestó.

- Che boludo, ¿estás?
- ¿Qué?
- ¿Dónde estás?
- ¡Acá! ¿Dónde voy a estar?
- ¿¡Vas a dejar de gritar!?
- ¡Sos vos el que grita!
- ¿Qué hora es?
- Y media. A esta hora ya está, loco.
- Dijimos a la una.
- Sí pero ya fue… ¡si no hay nadie! Está solo…
- Falta media hora, esperemos.
- OK, esperamos.


No pasaron cinco minutos y Peta, con la espalda que parecía meada por diez gatos dijo:

- Che… salgamos , ya fue.
- Per..
- Ya fue, loco, ¡si es lo mismo! ¿De dónde sacaste que tiene que ser a la una en punto?
- Los planes se siguen al pie de la letra, tenemos que hacer todo al pie de la letra, las cosas se hacen bien ¿entendés?
- Dejame de hinchar las pelotas, Minuto.

Salieron.

Caminaron por el terreno proyectando unas largas sombras vacilantes, y siempre hablando en susurros.


- ¿Y si se quedó alguien?
- ¿Qué?
- Digo, si alguien se quedó laburando ¿qué hacemos? ¿Lo saludamos con naturalidad?
- Bolas, ¡si nos ve alguien estamos al horno! ¿Qué decimos después? ¿Que nos quedamos haciendo qué?
- Laburando.
- ¿No te acordás que fichamos la salida? Además acá no hay nadie y no…
- ¿Che, aquel no es Mastrapasqua?
- ¿Qué? ¿Quién?
- El tano Mastrapasqua, ahí…

Enseguida, Minuto agarró a Peta de la remera y trató de arrastrarlo.

- ¡Corré! ¡Vení para acá, que no te vea!

Corrieron hacia un cono de sombras a un costado del depósito.


- Te dije que los planes se siguen al pie de la letra, salame… ¿no te dije que los planes se siguen al pie de la letra?
- ¿Y vos qué sabías si Mastrapasqua estaba acá o a qué hora se iba a rajar?
- No era Mastrapasqua.
- ¿Y eso qué tiene que ver? Y además sí era Mastrapasqua.
- …
- ¿Nos habrá visto?
- No.
- ¿No nos hizo así con la mano? Yo vi que nos hizo así con la mano…
- No, boludo.

Esperaron. Pasaron unos cinco minutos.

- ¿Qué hacemos?
- Vení, sigamos.
- ¿Y si nos vio?
- No nos vio, caminá.
- Che… ¿por qué te dicen Minuto?
- Es un sobrenombre, ¿a vos por qué te dicen Peta ?
- Ni idea, siempre me dijeron así.
- Yo tenía un tío que se llamaba Miguel como yo, y venía a casa muy seguido. Entonces como teníamos el mismo nombre a mí me decían Miguel segundo, y de segundo pasé a Minuto…
- Ah.

Iban pegados al paredón externo, dando un rodeo, hasta que llegaron a unos cincuenta metros de la escalera que subía hasta la oficina. El gerente general estaba ahi, fácilmente visible a través de los vidrios. Minuto se cercioró de tener el chumbo.

- Dale.
- Che, pará.
- ¿Que?
- …
- ¿Qué querés Peta?
- ¿Estás seguro? ¿Y si nos vieron? ¿Y si cerró con llave y no podemos entrar? No sé…
- Oíme ganso, no nos vio nadie, a esta hora no hay nadie. Seguimos con el plan: lo amenazamos con el chumbo, vaciamos la caja, lo secuestramos y nos vamos en el auto de él. Depués pedimos rescate. Secuestro express. Ponete la media en la jeta.
- …
- Dale, movete.


Se pusieron las medias sobre las caras. Eran de un tono oscuro y disminuían más la visión; en la oscuridad todo se perdía de vista a más de cinco metros.

- Che… no veo un catzo.
- En la oficina hay luz.
- Además están re tirantes, ¿no son chicas?
- Si, no tenían tu medida de marote, vamos.


Minuto palpó el chumbo a través del cuero de la cartera de mano. Comenzó a subir los escalones. Peta se había quedado atrás dudando un instante, pero después empezó a subir detrás de Minuto, trepando los escalones de dos en dos. De golpe Minuto se detuvo y se dio vuelta para apurarlo, sin darse cuenta de que Peta ya estaba sobre él. Peta le dio con la frente en el mentón y enseguida cayó hacia atrás, agarrándose desesperadamente de la baranda.

- Peta, la concha de tu madre…

Minuto lo agarró de la muñeca, pero Peta perdió pie, se soltó sin querer y dando un giro sobre la punta del pie apoyada en el escalón sus 90 kilos cayeron por el plano inclinado de la escalera con el culo hacia arriba y las piernas abiertas.

- Peta no armés kilombo, boludoooo.
- ¿Y cómo querés que me caiga, forro? – gimió Peta desparramado al pie de la escalera.


Alertado por el ruido, el gerente salió a la puerta.

- ¿Están bien?

Pálido, Minuto lo miró desde la mitad de la escalera. En un primer momento el gerente no pareció darse mucha cuenta de que dos tipos con medias en la cara en plena noche no era una situación normal. Por otra parte era bastante chicato, y a tenor de los chismes en la fábrica, también bastante opa.

- ¿Está bien? – repitió esta vez en singular.

Minuto carraspeó y contestó atropellándose.

- Si… si, no pasa nada…se cayó nomás.

Se dio cuenta de que lo que decía era una boludez total. Ambos miraron a Peta sentado al pie de la escalera como a un alienígena mogólico. Peta devolvió la mirada y sonrió como si hiciera una gracia.

- Je… me caí…

El gerente se acomodó los anteojos y volvió la mirada a Minuto que no se decidía a definir el trámite.


- ¿Ustedes son… de Mantenimiento?
- Si… no… soy de Expedición.
- Ah… y qué pasó que…
- Nada, estábamos… ehhmmm...

Sin saber cómo seguir, Minuto se decidió. Subió los escalones que faltaban, abrió la cartera, sacó el arma y la puso enfrente de los ojos del gerente mientras ensayó un tono cortante y profesional.

- Andá para adentro.

El gerente retrocedió con la cara torcida de espanto. Trastabilló y alcanzó su escritorio.

- Quieto, De Marco, ¡quieto o te quemo! ¡Peta, subí, dale! – Minuto casi gritaba.

Peta subió. Cerraron la puerta.

- No me maten… Por favor se los pido, no me maten…

Parado de espaldas a su escritorio, ahora el gerente tenía un ataque de nervios.

- Callate y sentate. Peta, las esposas.

Peta sacó unas esposas cubiertas de un peluche fucsia. Minuto lo miró extrañado y Peta encogió los hombros.

- De un sex-shop.
- Pero ¿son resistentes?
- Je… ¿querés que te cuente ? Ademas ¿dónde las iba a conseguir? ¿Se las pedía a un cana?
- Dale, apurate – Minuto se sentía mejor, las cosas empezaban a fluir y sonaba mas canchero, más convincente. El gerente se sentó en una silla giratoria de rueditas, y Minuto, ya en su papel, dio las instrucciones precisas.

- Ahora amordazalo.


Peta levantó la cabeza.

- ¿Con qué?
- ¿Cómo con qué?
- Ni idea, yo no traje nada.
- ¿Cómo nada?
- ¡Si no hablamos nunca de amordazar!
- Pero sos forro Peta, la puta que lo parió loco… ¡se cae de maduro, chabón! ¿Tengo que pensarlo todo yo?
- ¿Cuándo dijimos que yo tenía que traer mordaza?
- ¡Cortala! ¿Tenes un pañuelo?
- ¿Carilinas?
- ¡Uno de tela, gil! ¡Para amordazar!
- Creo que si, pero…

- Dale, amordazalo.
- Está usado Minu, es un asco te aviso.
- Boludo, ¿a mi qué me decís si es para éste?
- Bueno, listo.


Peta sacó un pañuelo hecho un bollo y duro de mocos, lo extendió por los extremos y se acercó al gerente, cubriendo la boca y tratando de unir los extremos en la nuca. La cara del gerente era un poema.

- Dale, apurate.
- No alcanza… es medio cabezón me parece.
- ¿Qué?
- Las puntas del pañuelo no llegan… ¿ves que no llegan?
- A ver…
- Minuto se acercó, el gerente seguía pálido y hacía soniditos con la garganta.
- No ata, ¿ves?

Minuto se volvió al gerente.

- Cinta de embalar, ¡rápido! ¿Dónde hay?
- En… en la oficina de economato… por favor… – lloró el gerente.
- Eso es del otro lado de la fábrica Minu…
- Andá, y que no te vean… ¡metele!

Peta salió.

- ¿Para… para qué me van a amordazar?
- Para que no grite.
- Yo no voy… no voy... a gritar.
- Ya sé.
- ¿E… entonces?
- …
- ¿Para qué me amordazan ?
- Callesé, De Marco – Minuto no sabía si tutearlo siempre o no.


Peta volvió un poco antes de lo previsto.

- Encontré un rollo en los cartones al lado del depósito, gracias – dijo mirando al gerente.
- No le des las gracias, ¿no ves que es un prisionero? Metele el pañuelo en la boca y ponele la cinta.
- ¿El pañuelo en la boca ? ¿Pero para qué? Es al re pedo, es un asco, está usado…
- ¡Dejá de decir que está usado! ¿no ves que lo ponés nervioso y es peor? Vos hacé lo que te digo que yo sé por qué te lo digo.

En realidad no sabía bien, pero meter un trapo hecho un bollo era la típica de las películas. Además si se echaba atrás iba a perder el ritmo, mejor seguir adelante. El gerente aguantó las arcadas heroicamente.

Después, mientras Minuto apuntaba todo el tiempo con el revólver, Peta envolvió la boca del gerente con varias vueltas de cinta de embalar. Muchas. Cuando terminó parecía como si al gerente se le hubiera caído la mandíbula inferior, la hubieran recogido del piso, repuesto en su sitio, y le hubieran dado primeros auxilios para mantenerla en su lugar.

- Boludo, le pusiste mas vueltas que a la Momia.
- Listo, ¿y ahora?
- Ahora la caja, la llave y la combinación, ¿dónde están?
- ¿Y yo qué sé? ¿Yo tengo que saber eso también?
- De Marco, la llave maestra y la combineta de la caja.

El gerente lo miró con impotencia.

- Claro… qué carajo nos va a decir si está amordazado.

Minuto parecía desconcertado, pero trató de seguir adelante con naturalidad.

- Señáleme con la cabeza, De Marco.
- ¡¡¡Mmmmmmhhhhhh!!!
- ¿Qué quiere decir?
- ¡¡Mmhh… mmmmhhhhhh!!

Minuto se sacó y puso el revolver en la frente del gerente.

- ¡¡Mirá, conmigo no te hagás el pelotudo o te boleteo acá mismo!!
- Pero Minu, ¿qué querés que diga si no puede ni escupir de costado? Además si tirás acá a esta hora se va a escuchar hasta en el microcentro.
- ¡¡Pero no hablés así delante del prisionero, pedazo de forro!! – y volviéndose al gerente le dijo: – Escuchame bien, te juro que te hago volar los sesos así se entere Crónica TV, ¿esta claro?
- No gritésssssssssss.


El gerente asintió, la cara cubierta de sudor. Minuto se resignó.

- Sacale la cinta.
- ¿No hay una tijera? Cuentemé De Marco, ¿dónde hay una tijera?

El gerente se encogió de hombros, pero luego señaló los cajones del escritorio con el mentón. Peta trató de abrirlos, pero estaban cerrados con llave.

- ¿La llave del escritorio?
- Peta, ¿ahora vos? Querés que te diga dónde están las llaves del escritorio, para poder encontrar la tijera, para sacarle la mordaza, para que te diga dónde están las llaves de la caja – dijo Minuto en tono escalonado para concluir: – ¿No ves que no pensás?
- Bueno, Einstein ¿qué onda entonces?

Ya con tono resignado, Minuto ordenó:

- Desenvolvé la cinta, y te aviso que estamos atrasadísimos.
- ¿No era que delante del prisionero no había que…?
- Dale.


Cuando ya había despegado un poco de cinta, Minuto lo interrumpió.

- ¡No, esperá! Sacale las esposas y que escriba.
- No sé si tengo las llaves… – Peta empezó a buscar en los bolsillos – creo que las dejé en el aguantadero.
- ¿Pero cómo no las trajiste?
- ¿Para qué, si no lo íbamos a liberar hasta llegar allá? ¡Mirá si las pierdo!
- No te puedo creer… ¿sabés los años que nos van a dar por culpa de tus pelotudeces ?
- ¡Uy, habló Napoleón!
- ¿Me hacés el favor…?
- ¡Tranqui! ¡Tranqui! ¡Acá está la llave !

El gerente miraba alternativamente a uno y a otro, con el pedazo de cinta colgándole de un costado como un banderín, y poniéndose especialmente nervioso cada vez que Minuto se alteraba ya que no dejaba de apuntarle con la culata del revolver apoyada sobre su escritorio.

Peta volvió a pegar la cinta y abrió las esposas. Sacó papeles de la impresora.

- ¿Una birome?

El gerente volvio a señalar los cajones con cara de perro cagado a palos.

- Pero la concha de tu puta madre… Una puta birome, buscá Peta, haceme el favor, esto es una oficina, ¿me querés decir cómo no va a haber una mierda de birome? Revisale el saco, tiene que tener una por ahí, revisale el orto, no sé, algo, o un lápiz, o si no le corto un dedo y escribe con sangre, o le corto la poronga y se la hago morfar.
- Para hacérsela morfar habrá que desamordazarlo, te aviso.
- No me boludees, Peta, que estoy nervioso.
- Acá hay un lápiz de esos mitad rojo y mitad azul, mirá vos, pensé que no había más de estos…

El gerente escribió: « Tengo que llamar a mi mujer, se pondrá nerviosa ».

Minuto le dio un puntinazo con la punta del caño en la frente, haciéndole un círculo rojo en la piel blanca.

- Te dije que no te hagás el pelotudo. Las llaves de la caja.
- ¿Me querés decir para qué lo amordazamos? es un bolonqui esto.
- Callate, Peta, no rompas.

El gerente garrapateó: « Escritorio pata derecha delantera ».

- ¿Qué, está oculta dentro de la pata?

El gerente asintió varias veces.

- OK, levantá las manos.


El gerente levantó las manos con el lápiz en la derecha. Minuto alzó la esquina del escritorio y una llave bastante larga se deslizó hacia abajo desde una pata. Se agachó mientras el gerente sudaba a mares cada vez que Minuto centraba su atención en otra cosa distinta del chumbo que le apuntaba.

- ¡¡¡Mmmmmhh!!! ¡¡mmhh!!
- ¿Qué quiere el salame este?
- Cállese De Marco… Tomá Peta, abrí.

La puerta de acero se abrió mostrando dentro otra puerta con combinación.

- Escríbase los numeros.

El gerente escribió unos números vacilantes en el papel.

- Listo, esposalo de nuevo Peta.

Peta lo esposó y leyó los números.

- ¿Esto qué es? ¿un nueve?
- ¿No sabés los números? dame… no… es un tres… ¿no?
- Noooo, es un nuev… ¿o un siete ? ¿Qué número es éste, maestro?
- Mmhhh…
- Puta digo ¿qué número es? ¿y este otro? ¿por qué no escribís bien?
- ¡¡Mmhh mh!!
- Me cago en tu vida… Sacale las esposas, Peta.

Peta retiró las esposas y el gerente escribió los números mejor, pero aún así con una letra parecida a la de un infante esquizo.

- Listo, ¿tenés alguna otra duda?
- Siete derecha… seis… dos derecha… creo que no.
- OK , esposalo de nuevo y dale entonces.

Peta tomó las esposas y dio la llave a Minuto, que la tomó mientras Peta se las colocaba nuevamente al gerente. Minuto sintió un picor urgente en la entrepierna, así que para tener la mano libre se puso la llave entre los dientes.

Enseguida oyó un leve chasquido seguido de un susurro justo sobre su cara. El ojo izquierdo vio repentinamente sin sombra. Minuto dio un grito y se cubrió la cara con la mano.


- ¡Mierda!

Al tomar la llave con los dientes había roto unos puntos de la media, que con la tensión se abrió en el acto como un tajo sobre la mitad izquierda de su cara.

La puta madre… ¡Peta, ayudame, agarrá el chumbo!

Del susto, Peta saltó una cuarta del piso. Pensó que Minuto había recibido una bala, o que le había dado un ataque. Minuto volvió la cara dándole la espalda al gerente.

- Se me rompió la media… ¿me vio?
- Te dije que estaban muy tirantes y que no compres de dos mangos porque se corren de nada. Mi novia…
- ¡¡Callate boludo!! ¿Me vio?
- No… creo que no… ¿Ud. lo vio De Marco? – el gerente sacudía la cabeza como un perro secándose – no te vio Minu, ¿ves?
- Y ahora me querés decir qué carajo hacemos…
- …
- Escuchame, hay que desmayarlo. – dijo Minuto en voz baja – No podemos llevarlo si me juna.
- ¿Cómo?
- Y... buscá algo contundente.

Peta miró a su alrededor y ubicó un cenicero redondo de mármol muy grande, cortesía de alguna empresa competidora que acaso adivinó su uso con anticipación. Sin demasiada sutileza lo tomó a la vista del gerente, se acercó y con un tono casi humilde preguntó:

- Esteeeee, perdone, ¿podría… cerrar los ojos?

El gerente estaba esposado, con un pañuelo usado apelotonado en la boca amordazada con quince vueltas de cinta engomada, frente a un tipo de 1,85 m y 90 kg con un enorme cenicero redondo que tomaba en sus manos como si se hubiera sacado el sombrero para disculparse, pero preparado para volar sobre su cráneo y pidiéndole que cierre los ojitos con cara de circunstancias. Nunca pensó que extrañaría tanto a su mujer.

Peta no sabía bien cómo hacerlo, le daba pena.

- Dale Peta, por Dios, cuanto más rápido mejor para todos.

Peta apuntó.

El gerente cerró los ojos y chilló con la garganta.

El golpe no estuvo mal, pero dio demasiado adelante. Es difícil que desmaye si da demasiado cerca de la frente, y menos con el canto. Lo que sí provocó fue un buen corte y la sangre salió enseguida, muy abundante.

- ¡Dale otra vez, Peta, pero de plano!
- De plano… OK, ahí va. Perdone De Marco, ahora lo desmayo posta. Promesa.

Peta balanceó el cenicero y dio violentamente en un costado de la cabeza pelada. Otro corte, más profundo. La cabeza del gerente parecía una cereza gigante cubierta de caramelo. El gerente, que no paraba de chillar, cayó al piso con silla y todo, y se quedó quieto ahí, ensayando hacerse el desmayado. La sangre, el dolor y el golpe lo aturdían, pero lo aturdía mucho más el terror.

- ¡Listo!
- No, ¿qué listo? Ese está más despierto que yo.
- Noooo Minu, pará, ya fue…
- Peta escuchame – Minuto lo agarró del hombro y apretó fuerte – escuchame Peta, nos la estamos jugando, ¿entendés? A esta altura o vamos al Caribe o vamos en cana, ya no tenemos vuelta atrás.

Convencido, Peta agarró el cenicero de nuevo y se arrodilló en el piso.

- Perdone, entiendamé, jefe...

Peta levantó el cenicero. El gerente chilló de terror todo lo que sus pulmones le permitieron.

El cenicero cayó sobre la nuca. Un ruido raro, como si se clavara un gran cuchillo de golpe en una sandía.

- Listo. Ahora sí – dijo Peta aliviado.

Minuto se acercó receloso, se agachó y examinó al gerente. Lentamente giró la cabeza y miró a su compañero.

- Ahora sí. Ahora sí que es un fiambre, animal.
- ¿Se me fue la mano?
- No, se la partiste solamente en dos partes.
- Uh…
- Peta, me cago. Me recontra cago Peta. Peta, la puta madre, Peta. Peta… la puta… la remil puta madre… Petaaaa… – Minuto apretaba los puños desesperado – ¿Y ahora? Boludo, no tenemos un carajo, ni rescate, ni nada… ¿qué hacemos ahora? ¿ahora qué mierda hacemos? ¿de qué nos disfrazamos?
- Bueno loco... Si le doy despacio porque le doy despacio, si le doy fuerte porque le doy fuerte. ¡Dos son pocas, tres son muchas! ¿porqué no le diste vos?
- Tenés razón, tenía que haber venido solo.
- Cuchame Minu, calma. Nos lo llevamos, nadie sabe que lo boleteamos, podemos pedir rescate igual.
- ¡Van a pedir pruebas de que está vivo, mamerto !
- No problem, mandamos una foto con el tipo sentado y un diario del día, mirá, lo sentamos que quede bien, le abrimos los ojos y sostenemos los párpados con cinta, ¿ves? Yo vi una película…
- Más boludeces no se te ocurren, ¿no?
- ¿Tenés algo mejor?

Minuto resopló.

- Sí. Limpiamos ya mismo la caja y volamos con lo que haya.


Minuto tomó el papel con la combinación y se arrodilló frente a la caja. En pocas maniobras la abrió.

Puerta abierta, Peta y Minuto contemplaron el contenido abriendo la boca.

Una gruesa pila de revistas porno, y no menos de 50 videos formando varias filas.

Alelados, las fueron sacando y revisando: todas las temáticas imaginables, predominantemente gays: tipos con marineritos, policías sado, travestis… pero ni siquiera un miserable cheque a 120 días.

- Boludo… no te puedo créer – Minuto miraba hipnotizado a unos rubios ejecutando una proeza no particularmente difícil – ¿y esto qué es…?
- Tipos cogiendo, ¿no?
- No, Peta, no. Esto es que estamos meados por los dinosaurios. Eso es.
- Y ni siquiera una de minas, por lo menos podrían...
- Levanten las manos. Quietos.

De alguna manera ya se lo esperaban. Cuatro canas en la puerta.

II - Epílogo con Glamour

- ¿A Ud. le parece, doctor?
- Y mire, Galíndez, menos de 20 años… Robo, asesinato premeditado…
- ¡Pero fue un accidente doctor!
- ¿Romperle la cabeza a un tipo esposado con un objeto contundente? ¿Y de tres golpes? ¿Estaba papando moscas con el cenicero?
- Además no robamos nada…
- La caja estaba abierta, Galíndez. Y no robaron nada porque no había nada para robar.
- ¿Cómo nos botonearon?
- ¿Ud. es boludo? Un empleado llamó a la policía porque hacía dos horas que estaban armando un kilombo de aquellos. Y eso que la cana les dio tiempo, tardaron cualquier cantidad.
- ¿Sabe quién batió?
- Mire Galindez, yo más que vengarme pensaría en cómo evitar comerme dos décadas, le cuento.
- Es curiosidad nomás.
- Uno de Administración... un tal Mastrocola, o algo así.
- ¿No se lo dije yo a ese salame? Le dije que era Mastrapasqua…

El boga encendió un cigarrillo. Hubo un silencio. De repente Peta levantó la cabeza con los ojos muy abiertos.

- ¿Sabe qué doctor?
- ¿Qué?
- Fue pasional.
- ¿Lo qué?
- El crimen, Doctor, fue pasional.
- ¿Pasional?
- De amor.
- ¿Ah si? ¿No se quiere contar una de cow boys en el juzgado?
- Doctor, es la única salida. Teníamos sexo. Minu es mi novio y también amante del Licenciado De Marco…
- …
- Estábamos teniendo sexo en la oficina. Onda sado, yo llevé esas esposas con peluche fucsia, las medias… el Licenciado De Marco puso las revistas porno y los videos…
- Ajá…
- La cosa se fue de mambo, me puse celoso, y le di nomás… y bueno: emoción violenta, locura temporal, ¡todo eso que Ud. sabe Doctor! No le pido la libertad, pero son unos años Doctor… ¿No se la zafaron a un quía que mató a dos que le afanaron un pasacasette?


Hubo otro silencio.

- Galindez, ¿sabe qué?
- ¿Qué?


El abogado pitó su cigarrillo fuerte y lo miró entrecerrando los ojos.

- Puede andar. Esta vez puede andar.

La pieza que sobra (Cuentito nada europeo)

I

A los siete ya era un chico tímido. Sensible. Feo.

Luego de las visitas, los matrimonios amigos, mientras arrancaba el auto sostenían diálogos como este:

- Pobre… es medio feíto ¿nocierto?
- ¿Ese? cuando crezca si no se la come lleva los cubiertos en el bolsillo.
- Por ahí se hace escritor o algo así… ¿cómo dice tu hermana que es psicóloga? ¿Sublima?
- Mi hermana es más trola que las gallinas.
- ¿Trola? ¿es media rara ?
- Y… media fiestera es. ¡Si es psicóloga! Toda esa gente rara siempre anda torcida, mirá…

Y el auto se alejaba en la noche con su historias, mientras él se quedaba con la suya en su cuarto lleno de fantasías, de sueños, de imaginación…

- ¿Vos sos trolo, no?

Su hermano mayor. No lo apoyaba mucho. Trató de enseñarle a masturbarse, a escupir y de instruirlo en las grandes verdades del sexo opuesto.

- Las minas son vírgenes o putas conchudas ¿mentendés?
- …
- Una mina es virgen hasta que un día se la ponen y le empieza a salir sangre de la concha, ¿mentendés? Y ahí ya es puta y conchuda para siempre. Puta y conchuda.
- …
- ¿Mentendés o no, mamerto?

Como no parecía demostrar interés el hermano sacó la conclusión evidente: era trolo. Por si hacía falta, a instancias de la madre, le había tocado un nombre atroz:

- ¡Arturo, vení para acá que no me comiste nada!
- Dale Artu, ¡sonreí para la fotoooo!
- ¡Arturo!, ¡e-so-no-se-to-ca!

El padre se resignó, un poco porque no le importaba demasiado y otro poco porque no le importaba nada. En su resignación, su hijo era algo asociado a las cuotas de la cooperadora, las cuotas de la cooperadora algo asociado a su trabajo, su trabajo era algo asociado a su familia y su familia algo asociado a su hijo.

Su padre se hubiera asombrado de haberse tomado un segundo para examinar cualquiera de las partes que componían el rompecabezas de su existencia. Asociarlas entre sí era una buena forma de no pensar en ninguna en particular. Partes que aisladas no tenían mucho sentido, pero que reunidas en un todo... no tenían absolutamente ninguno.

Arturo no contestaba casi más que sí o no. Tardaba en obedecer, pero obedecía. En la mente de su padre se grababan lentamente tres palabras que jamás pronunciaba: tarado pero tranquilo.

- ¡Arturo! ¡Arturo !
- …
- ¡Sorete duro!

Su hermano de nuevo. Años de ese chiste hicieron que al entrar a la primaria ya estuviera resignado al chiste rimado. Pero en cambio aprendió – su hermano no lo había puesto al tanto por razones evidentes – la variante con su apellido:

- ¡Mancuso, Mancuso!
- ...
- ¿Quién te la puso ?

Abrumado, dejó de darse vuelta cuando lo llamaban. El loquito Arturo no tardó en hacerse (im)popular.

Un domingo por la tarde el padre y el hermano mayor habían ido a la cancha. Hacía mucho calor. La madre se paseaba descalza por la cocina. Encendió un cigarrillo y enseguida advirtió la mirada de su hijo fija en sus pies. Casi antes de mirar hacia abajo empezó a comprender: no se había puesto la bombacha y unas gotas de sangre sobre su empeine y los mosaicos delataban su descuido que se escurría indiferente hacia el piso. Arturo miraba mudo y rígido.

La madre se sintió confundida, molesta, enojada. Su enojo no tuvo tiempo de volverse contra sí misma y su descuido. Sintió una profunda rabia por la mirada pazguata de su hijo, que debería haberse ido sin molestar. Por primera vez su sobreprotección cedió a la impaciencia y la impaciencia al estallido.

- ¡¿Pero me querés decir qué estás mirando, pedazo de pelotudo!?

La desesperación de la madre que se le iba encima ahuyentándolo y amenazándolo con sopapos desmañados mientras un hilo de sangre le corría por la pierna izquierda.

- ¡Andate! ¡Andate, querés!

Algo cambió entonces. Definitivamente.

II

El colegio quedaba en el conurbano bonaerense. Un día, ya en la segunda mitad del año, reventó un caño de una toma en el inodoro y las aguas servidas provocaron una mediana inundación. Después de un par de días sin clase, la vuelta al colegio tuvo el agregado de unos obreros en el baño, dando soldadura de remate a unos caños menores. Los obreros paraban al mediodía y volvían a la tarde.

Arturo los miró trabajar un par de veces, notando cierto descuido.

El Gordo Peralta era en realidad más alto que gordo. Era un ropero. Jodía a todo el mundo y se imponía más con amenazas que con golpes, ya que nadie era tan suicida como para animársele.

El Gordo Peralta no verdugueaba demasiado a Arturo. Arturo era demasiado nerd, demasiado larva como para tomarse la molestia. En el perfecto orden social piramidal de la escuela, Arturo ocupaba algo así como el sótano. O ni eso. Estaba fuera. Estudiando era mediocre, así que tampoco era del grupito de los garcas. Era un marginal en el más auténtico sentido de la palabra.

A Arturo lo jodían los más retardados, los chupamedias del Gordo, esos que nunca pueden verduguear a nadie y que al encontrarse con una víctima son siempre los más crueles.

Pero ese día el Gordo Peralta se olvidó de su posición. Por alguna razón necesitaba torturar a algún boludito y Arturo parecía ideal. En el recreo lo sadiqueó, lo verdugueó, lo sopapeó varias veces riéndose, le encantaba meterse a fondo:

- ¿Tu mamá es puta no? Decí que es puta, dale...
- ...
- Me dijeron que es puta... ¿no es puta? Dale...

Justo sonó el timbre, que ahogó el grito de Arturo. Inesperado. Loco.

- ¡¡Más puta será la tuya!!

El chillido de un conejo rabioso. Arturo jamás había gritado así. Al terminar de sonar el timbre el Gordo se le acercó despacio.

- ¿Qué dijistes?

El silencio. Un círculo de pibes mudos rodeaba al Gordo y a Arturo.

- ¿Qué dijistes?

La maestra andaba cerca, así que el Gordo masticó las palabras:

- Vas a morir, pelotudo, forro. Te voy a matar, puto de mierda.

Normalmente las peleas se arreglaban en el baño. Ciertas reglas de disimulo ante la autoridad lo exigían. Extrañamente Arturo se plantó:

- En la hora de dibujo.
- Vas a ver, te voy a hacer mierda, infeliz, con mi vieja no te metés. Moriste. - le disparó el Gordo medio riéndose y medio rechinando los dientes.

Al mediodía, los alumnos formaron fila en el patio, empezaba la hora de dibujo. Arturo se deslizó por un costado al atravesar un pasillo y se aseguró de llegar al baño tres minutos antes de que comenzara la clase.

En el aula, cinco minutos después el Gordo levantaba la mano.

- ¿Señorita, puedo ir al baño?

Confiado, el Gordo caminó por el pasillo. El único ruido era el rumor lejano en las aulas que reverberaba en ecos tenues.

Llegó a la puerta del baño. Iba a respirar.

No pudo.

Una bocanada infernal de aire hirviendo le envolvió la cara y la cabeza. Quiso gritar, pero imposible sin aire. Vio todo rojo en un instante sofocante y ardiente. Sintió un frío repentino, como si le hubieran puesto una máscara de hielo fundido que se adhiriera minuciosamente a su rostro. Sintió que no tenía más cara. Sintió negro. Sintió naranja. Sintió que caía y se desmayó brutalmente.

Arturo siguió. Continuó durante medio minuto con el soplete de acetileno apuntando directamente a la cara del Gordo. Un olor a carne y pelo chamuscados primero, unos chasquidos como de burbujas de algo espeso reventando en una superficie densa, y luego un olor a quemado, a carbonizado, algo ya mas parecido a la madera.

- ¡Pibe... Pibe! ¡¡Largá eso!!

Un obrero se acercaba corriendo, sus zapatos de suela dura hacían un ruido pesado sobre los mosaicos. Arturo sintió que se despertaba de un sueño. El obrero entendió rápido, pero no pudo reprimir la arcada violenta. Gritó. El colegio se transformó en pocos segundos en maestras y chicos corriendo y gritando. Un hormiguero, pero blanco. Arturo pensó en cuando pateaba un hormiguero: existe un segundo entre la patada y la salida precipitada de las hormigas. Ese segundo es el más interesante, cuando la catástrofe ya sucedió pero todavía nadie se dio cuenta de lo que realmente pasa. Eso es el Universo.

III

- Mire señora, vamos a tener que hacer un estudio de ambiente familiar para determinar las circunstancias...

Cuatro personas paradas en el comedor: la visitadora social razonable, el padre ausente, el hijo mudo, y la madre que no paraba con los alaridos.

- Pero si Arturo siempre fue... siempre fue...

Un boludo, pensaba el padre, pero más callado que nunca. Los temidos pedazos de su existencia habían estallado por fin. Ahora estaba obligado a mirarlos uno a uno. Especialmente a ese hijo suyo que se empeñaba - por fin se empeñaba en algo - en mostrarse delante suyo para que lo viera, para ser visto por el mundo como la pieza que sobra.

La visitadora social reiteró por enésima vez:

- Señora, le pido que sea consciente porque esto va a traer consecuencias. El otro chico está en coma, la familia va a hacer un juicio y es importante que...

- ¡¡Esta familia es normal!! ¡es normal! ¿no ve que es normal? ¿Qué quiere que haga yo? ¿Qué quiere?

Se volvio a Arturo anegada en llanto.

- ¿Por qué nos hiciste esto? Decile a la señora que te va a ayudar... decile... ¿por qué Artu? ¿Por qué?

La voz de Arturo resonó clarísima en el comedor:

- Porque sos una puta y una conchuda.